¿Ustedes creen que con una madre con esas características mis hermanas o yo veníamos a sufrir a esta vida? ¡Claro que no!

Cuando nació mi hermana Carmen y la pusieron en brazos a mi madre anunciándole que era una hermosa niña, mi mamá lloró. Fue un tanto de felicidad, pero más porque era mujer y le iba a tocar sufrir, eso pensó. Había dado a luz a su tercera hija, además fuera del matrimonio.

Mi hermana Dulce había nacido tres años antes. En esa ocasión mi mamá no lloró, pero recuerdo su rostro triste cuando salió del hospital, su amiga Lola la sujetaba fuerte del brazo y caminaron hasta el auto donde aguardaba, con mi cara pegada al cristal, a mi primera hermana.

Yo nací en 1977 y en esa ocasión mi mamá se estremeció al saber que no solo era una niña, sino que hubo un nonato que se momificó para permitir que me desarrollara hasta el término del embarazo. En esa ocasión, mi tía Lupita la acompañó en su primer parto que fue de mellizos.

En los tres nacimientos mi madre siempre pesaba que la vida sería muy dura con nosotras por ser mujeres, no porque no estuvieran ahí nuestros padres. En casa, mi abuelo Eduardo, un ex obrero textil, siempre nos recibió con los brazos abiertos al igual que nuestra abuela Marcianita, quienes fueron nuestros cuidadores.

Mi madre fue la primera feminista a la que conocí y aunque ella no se considere como tal, con su ejemplo de trabajo, dignidad y fortaleza nos enseñó a ser mujeres libres, valientes e independientes.

A principios de 1990 mi madre salía a la calle orgullosa con sus tres hijas y nos llevaba a escuchar misa a la iglesia. Este aparato ideológico del estado y herramienta colonizadora, en ocasiones, la hacía sentir culpable por haber traído al mundo hijas sin padre.

Sin embargo, su fe en la existencia de una madre celestial que nos protegiera la hizo orar miles de veces para renovar su fortaleza. “Dulce madre no te alejes, tu vista de mí no apartes” fue la oración que rezamos con devoción y no el Padre Nuestro, rezo en el que nos prohibió levantar las manos en señal de petición.

Después de retar a la iglesia con nuestra presencia en la misa, ya que eran las familias convencionales las que se sentaban hasta adelante y nosotras también comenzamos a ocupar esos lugares, nos trasladábamos a una banca del zócalo de Atlixco para compartir un chicarrón de harina con salsa y una nieve de limón.

Mientras mis hermanas y yo veíamos a la gente pasar, las y los conocidos de mi madre la saludaban y era común escuchar “Carmelota tienes puro producto para caballero”.

Perfectamente recuerdo que esa expresión me molestaba, era como si estuviéramos en un aparador y solo nos faltaba la etiqueta con el precio. Casualmente nunca oí que le dijeran eso a mi abuelo cuando nos llevaba al cerro de San Miguel a ver las danzas del Atlixcayotl o los sábados que íbamos a la plaza a comprar el mandado.

En los 70s, 80s y 90s ser madre soltera marcaba la vida. Ellas y su descendencia eran sometidas al juicio social. Era común que a mis hermanas y a mí nos preguntaban porque teníamos diferentes apellidos y hasta si nos queríamos, porque según nuestros inquisidores éramos medias hermanas.

Mi mamá nos decía: “Díganles que les di un papá diferente para que no se pelearan y que el amor de hermanas es cómo una plantita que se riega diario”. Sonreíamos y la vida seguía, además estaban los abuelos a nuestro lado, así que nada importaba. Eduardo partió primero, nos quedamos en casa cinco mujeres: Marcianita, Carmen madre e hija, Dulce y yo.

La vida efectivamente se tornó dura y no precisamente por la ausencia del abuelo, sino porque habíamos crecido. Debíamos salir no solo de casa, sino de nuestra ciudad para estudiar y buscar un espacio laboral en un mundo dominado por hombres, en donde las hijas de tal o cual varón ocupaban espacios por recomendaciones que nosotras nunca tendríamos.

Mi madre siempre nos dio alas para volar, jamás habló mal de los hombres a pesar de que se quedó sola económicamente y en la crianza. Su tiempo estaba destinado para trabajar en las aulas, vendiendo comida en la ventana de la casa y productos por catálogo en todo lugar al que llegaba, y para su activismo a favor de los derechos laborales del magisterio, de los presos, de los niños, y de toda aquella persona desprotegida que se le cruzara en el camino.

Si de alguien aprendí el significado de la palabra mujer fue de mi madre aguerrida, valiente, bondadosa, trabajadora, solidaria, todo terreno, resolutiva, divertida, auténtica, leal, pasional, bonita, sexy y autónoma.

¿Ustedes creen que con una madre con esas características mis hermanas o yo veníamos a sufrir a esta vida? ¡Claro que no!, pero los dictados patriarcales señalaban que las mujeres que salían del canon estaban destinadas al fracaso y al dolor.

Las madres solteras fueron y aún son señaladas por el conservadurismo debido a que, voluntaria o involuntariamente, están fuera de la subordinación y del control reproductivo y doméstico.

Así que las que parimos y criamos solas a nuestra estirpe, aprendimos a romper cadenas y a mostrar el camino de la libertad.

Este texto es para mi madre y mis hermanas de sangre, las primeras insurrectas con las que compartí la batalla de crecer tomadas de la mano, sin agachar la cabeza y así seguir caminando con la dignidad intacta.

Dulce María sigue salvando vidas llevando equipos de diagnóstico clínico de calidad, a los lugares más recónditos y populosos de nuestro país. María del Carmen continúa en las aulas educando a niños y niñas contra el clasismo y en la diversidad. Allá en tierras gauchas un día te abre de alcanzar.

Posdata: Las ama con toda su corazona su hermana Tita.

***

DE NACIMIENTOS Y CRIANZAS DE INSURRECTAS.

Cuando nacimos se cimbró la tierra
la sangre de nuestra madre nos bautizó como insurrectas.

Crecimos bailando como gitanas bajo la luz de la luna
y escuchamos sus secretos para sobrevivir a los huracanes.

Nos temen porque cada ciclo lunar sangramos sin morir
y porque, si queremos, creamos seres de sangre y carne en el vientre.

Somos libertas y ni en esta ni en otra vida nos podrán quemar.

Mónica JFranco

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