Estas son historias que reflejan la fortaleza del espíritu humano y de la forma en que la disrupción puede sacar lo mejor de nosotros.

Así como la pandemia ha sido una historia de devastación y pérdida, también ha sido una historia de resiliencia: personas, familias y comunidades enteras no solo han sobrevivido a una amenaza mortal, sino que en el momento han encontrado la oportunidad de servir a los demás. Algunos incluso se atreven a recordarnos que la alegría aún es una posibilidad.

Pedimos a nuestros corresponsales de todo el mundo que compartieran historias que hubieran encontrado que hablasen de la fortaleza del espíritu humano y de la forma en que la disrupción puede sacar lo mejor de nosotros.

“Anhelo tu abrazo. . .” . . . escribió el estudiante de tercer grado. A los pocos meses de estar en cuarentena, su maestra, Maura Cristina Silva, se dio cuenta de que sus vivaces alumnos empezaban a flaquear.

Se habían convertido en 57 cajas diminutas en la pantalla de una computadora, dejándola con temblorosos y mal iluminados atisbos del número de víctimas que la pandemia cobraba a un grupo de familias en Padre Miguel, un distrito de clase trabajadora en el oeste de Río de Janeiro.

Los estudiantes con problemas de aprendizaje se estaban quedando atrás, al igual que los que no tenían sus propias computadoras.

Pero el mensaje de texto del estudiante al que le faltaba un abrazo, que llegó cuatro meses después de que su escuela pública fue cerrada abruptamente, golpeó a Silva. El niño había utilizado la palabra saudade, un característico término brasileño que transmite sentimientos de nostalgia y melancolía.

Silva se preguntó si podría encontrar una manera de abrazar a sus estudiantes de manera segura.

Su primera idea fue usar una cortina de ducha transparente equipada con cuatro mangas de plástico, pero desinfectarla después de cada abrazo parecía poco práctico.
Luego se le ocurrió la idea de un “kit de abrazos” para la pandemia: impermeables desechables, guantes quirúrgicos, mascarillas y desinfectante para manos.

La respuesta de los padres fue rotunda: ¿Qué tan pronto podría pasar?

Puso en marcha la operación de abrazos a fines de julio, alquiló una camioneta con sonido y condujo de puerta en puerta mientras hacía sonar una lista de canciones del aula que a sus estudiantes les encantaban.

“La distancia no puede destruir lo que hemos construido”, dijo Silva, de 47 años, en una tarde lluviosa reciente, después de visitar a tres estudiantes. “Necesitaba mostrarles que nuestros lazos siguen vivos, incluso si no puedo abrazarlos todas las mañanas”.

Los niños estaban radiantes cuando Silva se envolvía a sí misma y a cada estudiante en plástico con la precisión de un cirujano. Luego los rodeaba con sus brazos y los levantaba del suelo para darles un largo y tierno abrazo.

Yasmim Vitória de Oliveira dijo que extrañaba las salidas al museo y las fiestas de pijamas en el aula que Silva solía organizar.

“Es juguetona y nos deja divertirnos”, dijo la niña de nueve años.

Silva dijo que una vez que pase la pandemia, abrazará a sus estudiantes con desenfreno, y jamás volverá a dar por sentado el poder curativo del tacto.

“En un momento de tragedia, hemos podido compartir momentos de amor”, dijo Silva. “Eso es muy poderoso”. — Ernesto Londoño y Manuela Andreoni

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