Un pequeño centro, aunque neurálgico, de la cultura mexicana del maíz, del cual se conmemora el próximo 29 de septiembre su Día Nacional.


En San Juan Ixtenco, comunidad hñähñu, u otomí, ubicada en las faldas orientales del volcán La Malinche, en Tlaxcala, el terreno es mayoritariamente pedregoso y cubierto de arena, con muchas desventajas para la agricultura tecnificada.

Sin embargo, el suelo rico en minerales ha dado cabida a una singular diversidad de variedades nativas de maíz: morado, azul, rosa, negro, amarillo, cremoso, cacahuazintle, rojo carmín, sangre de Cristo, triguero, gatito y maíz ajo. Especies de esta planta tan nacional se mantienen vivas a través de la labor agrícola de los campesinos, y su preservación corre a cargo de un banco local de granos nativos impulsado por el antropólogo social, activista y promotor cultural Cornelio Hernández.

Un pequeño centro, aunque neurálgico, de la cultura mexicana del maíz, del cual se conmemora el próximo 29 de septiembre su Día Nacional. «Es (un banco) muy pequeño; no tiene las instalaciones adecuadas», advierte en entrevista telefónica Hernández, también impulsor desde hace una década de la Fiesta del Maíz de Ixtenco: «Sabemos que un banco de semillas realmente debe tener control de temperatura, de humedad.

Es un sitio muy improvisado y solamente guardamos nuestros maíces en pequeñas botellas que estamos reciclando». Pero, si bien se trata de un espacio modesto, es un sitio que resume una cultura viva; cada grano perdura en manos de muchos campesinos.

«Con los campesinos y campesinas los maíces han retomado vida, y parece que se han reapropiado tanto de ellos que no los piensan descuidar. Por el contrario, van diversificando más, van depurando los colores, se van apropiando de ellos y los van defendiendo», celebra el antropólogo. De acuerdo con el especialista, de las poco más de 60 razas de maíces nativos que se reconocen en el País, 12 se pueden encontrar en Tlaxcala y, de ésas, 6 están en Ixtenco. «A partir de estas seis razas se crea una diversidad de maíces.

Decir cuántas variedades tenemos, tendría que ser una tarea para los genetistas; nosotros tenemos una clasificación que considera desde el color y los usos», expone.

Así, detalla Hernández, en el banco resguardan maíz amarillo, que puede ser de olote -la parte central de la mazorca de donde se desprenden los granos-, tanto blanco como rojo; uno más tardío y otro más precoz. También un maíz cacahuazintle rojo y otro blanco, además de un olote morado, de donde se obtiene la hoja morada utilizada para elaborar los tamales que forman parte de la ofrenda para el Día de Muertos. «Podemos encontrar un maíz cremoso de olote blanco; le dicen ‘pata de gorrión’ o ‘pata de pichón'», añade Hernández. «Toda esta clasificación es la que nosotros usamos. Pero ya decirte cuantas variedades dependerá de otro trabajo», remarca.

«Está incluso en desarrollo una tesis de maestría. Yo espero que muy pronto tengamos resultados y nos puedan decir un aproximado de las variedades de maíz que tenemos». Esta diversificación, explica el antropólogo, es resultado de la intervención humana, en específico de la que han hecho cientos de generaciones de campesinas y campesinos. «No es una cuestión que haya surgido de manera espontánea, sino que se ha venido preservando, diversificando, en función de las necesidades que ha tenido cada comunidad. Y estas necesidades son principalmente gastronómicas, rituales y culturales», precisa Hernández.

Una herencia milenaria Hace aproximadamente 8 mil o 10 mil años, la parte del Altiplano Central mexicano era habitada por culturas que integraban el grupo lingüístico de la familia otomangue: otomí, mazahua, matlatzinca, ocuilteco, pame, chinanteco, chichimeco, tlapaneco, chiapaneco, mazateco, ixcateco, chocho, chatino, amuzgo, mixteco, cuicateco y trique.

«Dicen los estudiosos que es muy probable que este grupo es quien haya realizado la domesticación del maíz. Seguramente nosotros desde entonces venimos con los maíces, y eso es lo que ha hecho que lo protejamos con tanto esmero», estima Hernández.

Él, relata, nació y creció junto al maíz, pues en Ixtenco, al menos hasta hace unos años, la actividad principal era, para los hombres, el campo, mientras que las mujeres se dedicaban a desplazarse a otras regiones a comercializar lo cosechado.

El interés de Hernández en la preservación de las variedades nativas de Ixtenco, que eventualmente devino en la creación del Banco de Maíces Nativos y de Plantas Útiles de la Región, comenzó a adquirir fuerza hace más de una década, a la par de un fallido proyecto por crear un museo de la agricultura en Tlaxcala. Como miembro del equipo de investigación, realizó un recorrido por todas las comunidades del Estado, y fue entonces que se dio cuenta de que ninguna como Ixtenco tenía tal riqueza genética.

«Entonces a partir de ahí me empiezo a interesar, empiezo a recuperar algunas semillas que se estaban descuidando y comienzo a organizar a productores, a concientizarlos de la importancia que tenían estos granos», recuerda.

Y es que en ese entonces, las políticas públicas impulsadas por el Gobierno amenazaban tal diversidad, ya que, por ejemplo, Conasupo únicamente adquiría los maíces blancos. «Entre más blancos, mejor. Y los maíces que no fueran blancos no tenían ninguna demanda», apunta Hernández.

Muchos campesinos, no sólo de Ixtenco, sino seguramente de varias partes de la República, dejaron de sembrar los maíces de color, puesto que no tenía ninguna demanda en el mercado, entonces no tenía caso estarlo sembrando». Afortunadamente, distintas actividades realizadas con estas variedades nativas las mantuvieron vivas. Una de ellas es la práctica de los artesanos, quienes comenzaron a hacer alfombras con imágenes religiosas, aprovechando el colorido de los maíces.

«De no haber surgido esta actividad artesanal, seguramente también nosotros hubiéramos perdido gran parte de esta diversidad de maíz», expresa el antropólogo.

Aunado a esto, el «atole agrio» -que no es necesariamente agrio, sino que se hace a través de un proceso de fermentación-, hasta hace unos 15 años tomado únicamente en los días de fiesta, comenzó a ser comercializado los fines de semana. «Eso hizo que por lo menos este maíz morado no se perdiera y se fuera cuidando».

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *