Éramos exitosos, emprendedores, revolucionarios, fitness, independientes y libres, cuando llegó el virus SARS-CoV-2 para alterarlo todo. 

Ni el año maldito, ni el año de la resiliencia, ni el año Cero. ¡2020 es el año en que la humanidad se detuvo! Y no se detuvo solo por el confinamiento al que se sometió una tercera parte de la población mundial, sino porque cada persona mostró su mejor y su peor rostro.

En pleno siglo XXI la humanidad quizás se encontraba en un excelente momento. La industria del “health and wellness” nos disciplinó la mente y el cuerpo para tener una esperanza de vida desde 74 -78 años en México y Estados Unidos, hasta 84 años en países europeos como Italia.

Los costosos celulares de nueva generación eran los mejores aliados para mostrar en cientos de “selfies” nuestra plenitud y felicidad al mundo entero. Éramos exitosos, emprendedores, revolucionarios, fitness, independientes y libres, cuando llegó el virus SARS-CoV-2 para alterarlo todo.

Desde el pasado mes de marzo de 2020 que nuestro país tuvo que tomar medidas de confinamiento voluntario, conocimos la verdadera identidad de nuestros más cercanos, sean familiares, amigos o compañeros de trabajo.

La incredulidad, el egoísmo y la falta de empatía fueron los demonios que regresaron a la época de las cavernas a la humanidad. Escuchamos desde teorías de que el coronavirus es un arma biológica hasta que es parte del plan del Nuevo Orden Mundial, integrado por el imperio de los milmillonarios.

El egoísmo quedó vigente en los actos de acaparamiento de papel higiénico, cubre bocas, alcohol etílico y productos sanitizantes; además de los de la canasta básica como arroz, frijol y comida enlatada, al inicio de la pandemia.

La falta de empatía sigue latente en la realización de fiestas masivas, torneos deportivos, bailes sonideros y centros comerciales abarrotados, situaciones que han llevado a grandes crisis a los gobiernos más sensatos.

No olvidaré aquella burócrata que se preparaba para irse al “home office” buscando un jacuzzi inflable para tener en que entretenerse, mientras cientos de meseros, cocineros, lavaplatos, mariachis, artistas urbanos y de otras disciplinas, se quedaron sin trabajo ante el cierre de hoteles, restaurantes, bares y foros culturales.

Tampoco olvidaré al vendedor de libros usados qué ante el desplome de sus ventas, fabricó las primeras caretas que me encontré en las calles del centro histórico de Puebla; hechas con hojas de acrílico, remachadas con broches escolares y que se sujetaban con un resorte blanco.

Han pasado nueve meses desde aquel día que la burócrata compró su jacuzzi en línea con entrega a domicilio y de que aquel librero vendía caretas improvisadas. Ella sigue cobrando su salario puntualmente, él quizás vende en la calle algún otro producto, la verdad es que la careta que me vendió en 35 pesos no tenía futuro en el mercado de la Nueva Normalidad atiborrado de escudos faciales, cubrebocas y sanitizantes con diseños “chiks”.

Lo cierto es que la pandemia del COVID-19 es una tragedia que dejará una profunda huella en la humanidad, debido a que llegó escoltada de plagas como la ansiedad, la soledad, la depresión y la pobreza.

A punto de terminar este 2020 vivimos encierros distópicos en donde la dependencia de las pantallas con acceso a información sin restricciones, “fake news” e “influencers” que se viralizan con trivialidades y mentiras, dificultan el proceso reflexión sobre esta catástrofe colectiva que nos arrebata día a día a nuestros seres más queridos.

Antes de que termine el año te invito a que reflexiones con las preguntas que ayudaron a científicos y filósofos a comprender la evolución biológica: ¿quién soy?, ¿a dónde voy?, ¿de dónde vengo?; quizás ahí encuentres respuestas para arrancar el 2021 desde cero y para que todos juntos y juntas le demos un nuevo impulso a la humanidad.

Dedicado a mis amigos Raquel, Martha y Abima que lucharon hasta el final por conservar la vida de sus padres, y a todos aquellos que no pudieron despedirse de sus familiares. ¡Fuerza guerreros!

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