Cuántas veces tú, mujer, has usado calificativos como perra, zorra, bithc, feminazi, gorda, piruja, arrastrada y todos lo que a tu mente.

A muchas de nosotras, la violencia, el acoso, los feminicidios, nos ha ido robando la paz, pero si vamos a hablar de agresión, habría que verla con lupa, en pausa, con zoom. Habría que observar también esa violencia silenciosa y socialmente normalizada: la agresión contra nosotras mismas; de mujer contra mujer.

Seguramente algunos recordaron la canción, aquella que en los 80’s sonaba con Mecano y que irónicamente, no hablaba de “nuestra guerra” sino de “nuestro amor”. Sí, de un amor intenso de una por la otra.

Y es que a mí me vibra el corazón y la esperanza ver que cada vez somos más las mujeres conscientes de la agresión patriarcal que nos ha aplastado por décadas.

A su vez, dicha palpitación fluctúa, sube, baja, acelera y desacelera, da un paso adelante y otro para atrás cuando se levanta, a la par de ésta lucha, una guerra feroz pero de mujeres contra otras mujeres. Hostilidad que, además de dividirnos, nos agota, nos diluye, nos debilita.

Es triste y es de cierta forma, una traición al género.

¿Crees que estoy exagerando?

Cuántas veces tú, mujer, has usado calificativos como perra, zorra, bithc, feminazi, gorda, piruja, arrastrada y todos lo que a tu mente vengan para denostar a otra de tu mismo género.

Cuántas veces nos hemos cachado juzgando a otra mujer por cómo viste, por su apariencia física, por ejercer su libertad, su independencia, porque no tiene marido o por el que tiene, porque elije no ser madre, por su talla, por la forma en la que educa, porque es divorciada, porque se casó muy joven, porque aún no se ha casado y por tantas otras razones que darían tres vueltas a ésta hoja.

Pero cómo es que se atreven a ser libres, a ser ellas, se cuestionan con admiración algunas.

¿Haz escuchado, alguna vez, o hasta parafraseado eso de que las mujeres juntas, ni difuntas?

Qué tal ese dicho que hasta has posado y enunciado en tono diva: “las mujeres podremos despedazarnos, pero nunca nos haremos daño”.

Cuántas mujeres conoces que prefieren trabajar rodeadas de hombres antes de hacerlo con personas de su mismo género.

¿Alguna vez has sufrido bullying laboral por parte de tus compañeras de escritorio?

Yo he contado esas veces por decenas.

Esa es la violencia que ejercemos, sutil o descaradamente, nosotras contra nosotras.

Resulta ridículo, por ejemplo, que cuando un hombre es infiel, muchas proceden a endosarle la culpa a ella, a “la otra”, mientras que el hombre de la discordia es vestido con ajuar de “santo”.

El caso es que como mujer, hagas lo que hagas, siempre hay otra que lo ve mal.

Que si eres mala madre, que si dejas a tus hijos por un rato para hacer lo que disfrutas, que si la guardería los cría, que si cómo los malcrías, que si “yo en tu lugar haría” y así un largo etcétera que no terminaría.

Y entonces, es así como el dominio masculino sobre la figura femenina en éste constructo social llamado patriarcado, se burla mordazmente de nosotras y se sostiene fuerte e indestructible cuando otras mujeres lo respaldan, excusan, promueven y hasta lo ejercen activamente.

El patriarcado, como el capitalismo, está siempre presente sin estar, sin ser nombrado; está como está el oxígeno que respiramos, pero no vemos.

Invisible. Es uno de los mecanismos de aculturación más poderos: un artefacto sin nombre, que no deja de representarse y de recrearse, así lo describe la escritora Beatriz Gimeno.

Así, entonces, el pater familias social donde las mujeres somos usadas, objetivadas, para ponernos a las unas contra las otras. Algo así como cuando un esclavo es utilizado para atacar a otros esclavos. Ellos la cárcel, nosotras las celadoras.

¿Cómo entender entonces que algunas mujeres rechacen un movimiento a favor de ellas?

Tal vez sea justo revisar de manera rutinaria nuestra propia misoginia, de otra forma, las mujeres no conseguiremos equidad a no ser que empecemos a mirarnos entre nosotras, a reconocernos como pares y aliadas, a buscarnos desde la empatía, desde nuestras coincidencias.

No, no todas somos iguales, cierto, pero con certeza todas somos mujeres.

A mí, mujer, me agrede la misoginia y el patriarcado, pero tengo que decir, con lamento que no siempre me agrede un «él». Nosotras también golpeamos.

En el hábito de navegar las redes sociales, por ejemplo, me encontré una imagen que aludía a la lucha feminista. Mostraba a una chica de complexión robusta, con un megáfono en una mano y en la otra de puño arriba.

A un costado de la imagen, ilustrado el ícono del movimiento y junto a éste una leyenda por demás humillante y ofensiva: “quieren abortar, pero no hay quién se atreva a embarazarlas”.

Lo más sentido para mí fue ver que quien lo replicó en la red fue una mujer.

Me pregunté: Y quién es ella para referirse así a otra de su mismo género, sea o no feminista. Quién es, para tomar por arma el aspecto físico de aquella y vilipendiar, denigrar a otra, a su par, a otra mujer, que según la que se mofa, no es como ella.

¿Qué acaso, la una, ostenta el canon de la belleza y las formas esas que les “sirven” a los otros para aparearse, sentir deseo, atracción y cohabitar emocionalmente?

¿Hablemos mujeres “embarazables” y “no embarazables” desde la óptica estética de los demás?

O es sólo el ocio de perseguir feministas, que más bien son mujeres emancipadas, libres, propias, autónomas, autárquicas.

Cualquiera con un ápice de perspectiva podría entender la razón de nuestro odio por la otra. Cómo no llevar inscrito en nuestro código genético la necesidad de pisar a la de junto cuando el sistema no deja hueco.

Una competencia bruta se desata entre un género que tradicionalmente, ha tenido acceso limitado al poder y a la libertad. O yo, o ella.

Es la envidia, la crueldad, la rivalidad. Esa santísima trinidad es la que a veces define nuestras relaciones, centra nuestros esfuerzos en la otra y nos ahoga en comparaciones.

¿No será que es tiempo ya, de que empecemos a revisar nuestra propia misoginia?

No sé, pensémoslo.

laura.martinez.zepeda@gmail.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *