Frecuentemente quienes lo padecen, experimentan diversos síntomas y tras descartar las posibles causas físicas de sus malestares.

En ésta época es muy común escuchar que las personas están estresadas e incluso se definen como nerviosas y aunque la ansiedad es un mecanismo de supervivencia que nos motiva a actuar, debemos estar alertas a un mal funcionamiento de este mecanismo que puede limitar nuestra calidad de vida.

Cuando se presentan síntomas como nerviosismo extremo, sudoración inusual, dificultad para respirar, mareos, temblor, aumento de ritmo cardiaco, ya no hablamos de simple nerviosismo o estrés, estamos experimentando un trastorno de ansiedad.

Frecuentemente quienes lo padecen, experimentan diversos síntomas y tras descartar las posibles causas físicas de sus malestares, le restan importancia al trastorno hasta que afecta su desempeño diario, como le sucedió a Julián:

“La primera vez que sentí un ataque de pánico, iba en carretera, a visitar a mi madre a otra ciudad como lo hacía periódicamente y de pronto empecé a ponerme nervioso, a tener dificultad para respirar, a sudar intensamente pero al mismo tiempo a sentir tanto frío, que no podía dejar de temblar. Me orillé con mucha dificultad y me aferré al volante como si eso me brindara un poco de seguridad.

Por mi mente pasó la idea de estar sufriendo un infarto, pero no tenía dolor en el pecho y ningún antecedente de problemas cardíacos. No entendía lo que estaba sucediéndome, no podía controlarme y simplemente empecé a llorar. Como pude, marqué el número de mi hermano que me esperaba en casa de mi madre y tan sólo atiné a decirle que estaba muy mal, que fuera por mi.

No recuerdo cómo fue que le indique exactamente dónde estaba, pero me dijo que le suplicaba que no tardara, que me iba a morir. Con mi hermano en camino, aún aferrado al volante, lloré intensamente mientras seguía temblando y sudando. Recuerdo haber sentido náuseas, así que abrí la puerta y me senté hacia fuera del auto.

Ignoro el tiempo que esperé, pero poco a poco comencé a calmarme y como si acabara de tener una sesión intensa de ejercicio, quedé exhausto. Mi hermano llegó muy asustado preguntándome qué me pasaba, pero yo tampoco lo sabía.

Al acudir al médico y someterme a variados análisis, me indicó que todo estaba bien, que era nervioso. Yo no podía creer lo que me estaba diciendo, no podía ser que no tuviera “nada” si yo sentía que me iba a morir y ahora viviría con miedo de que volviera suceder. Me indicó que me relajara y que si yo quería, podía enviarme con el psiquiatra para que me medicara algo. De pronto, no sólo me había inventado que casi muero, sino que ahora sentía que iba derecho a un manicomio de la mano de un psiquiatra. Me negué y pensé que si era nervioso, yo podría controlarlo.

Mi vida comenzó a deteriorarse, pues me daba miedo manejar y empecé a depender de mi esposa para que me llevara al trabajo, me recogiera e hiciera de chofer para la familia. Dejé de visitar a mi madre porque no quería volver a pasar por aquello, pero nada de eso funcionó, pues empecé a sentir miedo en otras circunstancias y los ataques se repitieron en distintos escenarios. Mi vida giraba alrededor del miedo a sufrir un nuevo ataque y de síntomas que los médicos insistían, no se relacionaban con ninguna enfermedad.

Por esos nuevos síntomas, me llevaron al médico de la empresa donde trabajo y tras escucharme atentamente, me sugirió tomar terapia. He de reconocer que aunque seguía renuente, no parecía tan mala idea después de todo y fue así que me decidí y entendí que lo que me pasaba, eran ataques de pánico y que no eran simplemente nervios, sino que mi diagnóstico fue “ansiedad”.

Por fin tenía un nombre aquello que me ocurría y empecé a entender que no se tratan de mi carácter nervioso o el estrés al que nos enfrentamos diariamente. La ansiedad, me explicaron, es un mal funcionamiento de un mecanismo de alerta y provoca episodios de crisis como los que yo tuve. Sus causas son multifactoriales y en mi caso influía mi estilo de vida, la presión de mi trabajo y mis circunstancias familiares. La terapia me ha ayudado a entender lo que me sucede, he aprendido técnicas de relajación, así como enfrentar de distinta forma aquello que me preocupa.

Aunque no ha sido sencillo, he modificado también algunos hábitos poco saludables y poco a poco me siento mejor. No se han repetido los ataques de pánico y ya puedo manejar nuevamente, con lo que mi esposa tiene algo de tiempo libre y yo me siento de nuevo independiente. El pasado fin de semana, incluso fui a visitar a mi madre y aunque me puse un poco nervioso al pasar por el lugar donde empezó todo, lo controlé y logré disfrutar de la visita a mi familia.”

Si como Julián, sientes que tus nervios te están limitando para hacer tus actividades diarias, si sientes que se están saliendo de control o tienes síntomas como los antes mencionados, no dudes en acudir al médico para descartar cualquier otro problema de salud.

Si te diagnostican ansiedad, no desesperes, pues sólo tendrás que aprender a manejarla y reconocer los factores detonantes en tu día a día y todo volverá a la normalidad.

Espero que les haya sido de utilidad la información y que tengamos presente que aunque el estrés es normal, no debe afectar nuestra calidad de vida.

¡Hasta pronto! Nos leeremos nuevamente, desde el diván.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *