La tarea no era nada fácil: había que batir durante un largo rato, para incorporar la suficiente cantidad de aire a la mantequilla, todo sin pausa y siempre en el mismo sentido.

‘Ya no hay panqué para la cena, así que ayúdame a hacerlo’ era la voz de mi madre ordenando dejara de jugar en el patio, me lavara las manos y corriera a la cocina.

‘Lo primero que vas a hacer, es acremar la mantequilla’ me decía mi mamá, y continuaba: ‘en este recipiente, con el batidor de globo pequeño, vas a batir la mantequilla, que ya está suave, hasta se vuelva una crema esponjosa’.

La tarea no era nada fácil: había que batir durante un largo rato, para incorporar la suficiente cantidad de aire a la mantequilla, todo sin pausa y siempre en el mismo sentido: para mis escasos 7 años era casi misión imposible.

Las primeras ocasiones eran mi madre o la bisabuela Valito quienes terminaban el proceso, pero poco a poco fui aprendiendo a manejar el batidor y a gritar ‘Listo’ cuando era tiempo de incorporar el azúcar o las brillantes yemas a la mezcla y seguir con el proceso.

Pasar la harina por el cernedor metálico cilíndrico de hoja de lata era mi tarea favorita, así como rallar los limones y olfatear el fresco aroma del aceite cítrico, son recuerdos que jamás olvidaré: una sencilla receta que había heredado mi madre de la abuelita Tere y que seguramente vendría de muchas generaciones atrás, a principios del S.XX, de cuando ella y su familia habían llegado de San Juan del Río en Querétaro, a Puebla.

Mi madre vertía entonces el batido semilíquido en un viejo molde de hoja de lata – ennegrecido de tanto trajín – y lo metía con mucho cuidado en el horno precalentado. A través del vidrio térmico, me gustaba observar como subía el batido en el molde, hasta convertirse en el dorado bizcocho que saborearía más tarde con un vaso de leche bien fría.

Panqué – o Ponqué como dicen en Suramérica – deriva de las palabras inglesas ‘pound cake’ para referirse al bizcochuelo dulce, elaborado con (una libra) de harina de trigo, azúcar, huevos y mantequilla, leudado con polvo para hornear y saborizado con extracto natural de vainilla o ralladura de cítricos.

Es la receta básica para cualquier pastel de toda ocasión, lo mismo sirve para la cena diaria, que con una buena cubierta de chocolate también para el infante cumpleañero en turno. Además del horno de estufa, todos los implementos necesarios son los que se encuentran en toda cocina: batidor de globo, taza medidora y molde para hornear. Los ingredientes también son fáciles de encontrar y de relativo bajo costo.

Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’!

#tipdeldia: si no se animan a hornear su propio panqué, les recomiendo comprarlo en La Flor de Puebla – 3 sur 104 – o La Almendra – 25 poniente 307, ambas panaderías de gran tradición en nuestra Ciudad.

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