Apenas tuvo tiempo de adquirir un horno, unos casos y un par de costales de harina. El 2 de octubre abrió la Pastelería Suiza en el mismo local que la alberga todavía, más de setenta años después.

Una historia más, de una persona que llega de otro país, ya que por la guerra civil española, tenían que huir para ponerse a salvo, pero que su vida ya estaba marcada al éxito.

Pastelero de oficio, Jaime Bassegoda llegó a Veracruz en septiembre de 1942, en la última travesía en la que el Nyassa trajo refugiados de la Guerra Civil Española. Su hermana Ana llevaba ya un par de años en la ciudad de México y había encontrado un local perfecto para que Jaime abriera una pastelería: en el barrio de moda en la época, la colonia Condesa, se alquilaba un espacio frente al parque España.

No se lo pensó mucho: apenas tuvo tiempo de adquirir un horno, unos casos y un par de costales de harina. El 2 de octubre abrió la Pastelería Suiza en el mismo local que la alberga todavía, más de setenta años después.

Solían preguntarle por qué la había nombrado «Suiza», y él respondía que todo en Suiza era bien hecho, todo era perfecto. En realidad, Jaime era un poco suizo además de, otro poco, catalán. Su padre era hijo de suiza y él mismo había vivido en el cantón de Ginebra la mayor parte de su vida.

Pero Jaime sería, sobre todo, mexicano. Decía que las células del cuerpo se renuevan totalmente cada cuatro años, y las suyas se habían hecho en México varias veces. Vivió orgulloso y agradecido con este país que le abrió las puertas con tanta generosidad. Así, con las herencias y los afectos, con lo que trajo y con lo que adoptó de la repostería y gastronomía de diferentes latitudes, se fue conformando «la mejor pastelería europea».

Unos años después Jaime se casó con Estela, mujer creativa, sociable y enormemente trabajadora. Ella implementó el sello y presentó la cara que todos asociamos con la pastelería. Durante casi 50 años estuvo «al pie del cañón» con toda su responsabilidad y entrega.

Una nueva generación está ahora al frente de la Pastelería, con tanta dedicación y cariño y con el mismo compromiso que la ha caracterizado todos estos años. Lo saben así los abuelos que llevan a sus nietos a escoger el pastel de cumpleaños, la mona de Pascua, el tronco de Navidad o simplemente el brazo de gitano para la comida del domingo, igual que a ellos los llevaban sus padres hace 76 años.

@cronicabanqueta

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