En este mes es el Día Internacional de la Salud Mental y, como en otras celebraciones similares, quizá nos preguntemos si vale la pena dedicar un día para conmemorarla. También, como en muchas otras celebraciones, diremos que es algo que se debe celebrar y apreciar todos los días: la verdad es que ambas cosas son ciertas.

Desde hace unos años escuchamos “salud mental” en todas partes: salud mental en el trabajo, consecuencias en la salud mental, problemas de salud mental, cuidado de la salud mental… y aunque no siempre se profundice en su significado, es acertado decir que la salud mental realmente está en todas partes.

La definición de “salud” dada por la OMS señala que es “el completo estado de bienestar y no sólo la ausencia de enfermedad” y con la salud mental no ocurre algo distinto. Es cierto que la división de salud “mental y física” es forzada, artificial e incorrecta porque la salud es una sola y su cuidado también lo es, pero podemos aprovechar esta división con fines didácticos y resaltar que, para aplicar el mismo concepto de la OMS, la salud mental es poder emplear toda nuestra capacidad personal, intelectual, emocional y relacional para tomar buenas decisiones hacia nuestro bienestar y no es solamente la ausencia de enfermedad -mental-.

La separación de estos conceptos podría encontrar un buen ejemplo cuando, en un caso de enfermedad o discapacidad física, existen muchas personas con la capacidad de disfrutar de la vida y de ser funcionales a pesar de su impedimento; mientras que en el caso de una enfermedad mental resulta mucho más complicado disfrutar de la vida ni adaptarse al entorno aun en ausencia de algún problema orgánico.

La humanidad ha tenido muchos siglos para estudiar la enfermedad mental y desde el lado científico siempre han existido esfuerzos por identificar, clasificar y dar nombre a esas condiciones que se salen de la norma y también para atenderlas y solucionarlas. Así, diferentes alternativas de atención verbal, farmacológica y asistencial se han ido sucediendo de acuerdo con los recursos de la época y actualmente podemos decir que en prácticamente todo el mundo se aplican conocimientos científicos para la atención de los padecimientos.

La enfermedad mental se ha manifestado a lo largo de la historia, pero en diferentes momentos algunos trastornos se han presentado más que otros. Los medios informativos y científicos coinciden en decir que en la actualidad la depresión, la ansiedad y las adicciones son flagelos de la sociedad y dificultan las relaciones y la felicidad. La gravedad de estas enfermedades se incrementa cuando analizamos que cada vez comienzan a edades más tempranas, que cada vez llegan a puntos más álgidos y que cada vez afectan a un mayor número de personas.

El impacto de estas condiciones se manifiesta en esferas como la reducción de la productividad, el aislamiento, la falta de vínculos cercanos, la fragilidad de las relaciones interpersonales, la desesperanza y la falta de deseos de vivir. La paradoja más triste de la realidad actual es que, a pesar de condiciones de bienestar material, de exceso tecnológico y actividad económica, muchas personas se sienten más tristes, más aisladas y más desoladas. Esto muestra que la solución no está necesariamente en tener al alcance un gran número de satisfactores, sino en comprender el sentido de la propia vida, conocer las propias emociones, tener metas, lograr vincularse en intimidad afectiva con otras personas y, en suma, ser una muy buena versión de nosotros mismos.

Es muy común decir que la salud es una condición previa para que muchas actividades de la vida se desarrollen adecuadamente. La salud mental se adueña particularmente de esta frase y se vuelve la condición indispensable para desarrollarnos como seres humanos, tener éxito, crecer, ser productivos y felices. No hay bien exterior, tecnología o decreto que “compre” la salud mental: depende de nosotros hacer lo conducente por cuidarla y vigilarla como uno de los bienes más preciados de los que podemos disfrutar en nuestro paso por este mundo.

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Foto: Especial

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