Hipólito Mora, fundador de las autodefensas michoacanas en La Ruana asesinado este 29 de junio en una balacera en La Ruana, había confesado al periodista Óscar Balderas que no llegaría con vida a Navidad de 2023 pues antes lo asesinarían ‘Los Viagras‘.

En un artículo de Milenio, el exlíder de autodefensas dijo que tenía la seguridad de que antes de que acabara el año, acabaría su vida. Era tanta su certeza que, incluso, sabía el alias de quien lo mataría: La Sirena, un jefe de sicarios del grupo armado Los Viagras, quien lo buscaba con pistola en mano.

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Sólo el tiempo sabrá si su profecía se cumplió por completo, pero al menos la mitad más oscura sí: el agricultor que pasó los últimos diez años de su vida peleando contra el crimen organizado de su tierra natal fue asesinado este jueves junto a sus escoltas que manejaban una camioneta blindada, la cual quedó calcinada.

Veintiséis días antes del atentado mortal de este 29 de junio, Óscar Balderas llamó al teléfono de Hipólito Mora. Le pidió que lo disculpara por molestarlo por una nimiedad que lo inquietaba: un amigo mutuo le había dicho que él, don Hipo, estaba buscando quién regara sus limoneros. Y esa búsqueda era tanto como un testamento en vida, porque todos los que lo conocimos sabíamos que cuidar de sus árboles frutales era su actividad preferida cuando la ansiedad lo acorralaba.

“¿A dónde se va, don Hipólito?”, le preguntó y en lugar de su habitual risotada encontró un tono fúnebre que sólo le escuchó en las horas posteriores al homicidio de Manuel, su hijo, también asesinado en La Ruana, pero en noviembre de 2015.

“Estoy dejando todo listo para cuando me toque ver a mi Manolo de nuevo”, contestó el padre de 11 hijos, la mitad de los cuales mandó a Estados Unidos para ponerlos a salvo de Los Caballeros Templarios.

«A mí ya me queda poco tiempo aquí. Como yo no me voy a mover de Michoacán, la gente que anda tras de mí no va a descansar hasta matarme. Yo no llego vivo a Navidad”.

Hipólito Mora tenía tantos medicamentos en su casa como balas para sus armas. Tenía una afección cardiaca de la que hablaba mucho y una presión alta de la que hablaba poco. Como hombre de campo creía que hablar de sus enfermedades lo hacían ver débil, así que esas charlas las reservaba para sus más cercanos.

“Yo te aseguro que a mí el corazón no me va a fallar”, decía. “A mí lo que me va a matar son las pinches balas. Ya siento que mi fin está muy cerca”.

El hombre que alguna vez fue el brazo derecho del finado José Manuel Mireles era un contador nato de historias.

Cuando se sentaba y descansaba el revólver 38 en la mesa para echar para adelante su sombrero de tres pedradas, uno sabía que se venía una anécdota que más valía no interrumpir: dotado de una memoria prodigiosa, citaba fechas, lugares y nombres con la contundencia de una metralleta.

Pero lo que más recordaba eran todos los alias de los criminales que bajo las órdenes del capo Servando Gómez Martínez, La Tuta, asesinaron a sus familiares y amigos.

Foto: Especial

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