La inocencia e inexperiencia de los niños hace que, para ellos, el mundo esté lleno de sorpresas, y, sin embargo, los adultos son mucho más difíciles de sorprender, pero ¿hay alguna explicación más para este suceso? Sí, detrás de esta situación aparentemente sencilla hay procesos cerebrales más complejos que explican por qué el ser humano se sorprende o no, según apuntan investigadores de la Universidad de Basilea (Suiza) que han utilizado ratones para descifrar cómo se desarrollan en el cerebro en crecimiento las reacciones ante lo inesperado.

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A los bebés les encanta jugar al juego del cucú‘, que consiste en taparse la cara y aparecer de nuevo, y siguen reaccionando incluso a la décima aparición repentina de su pareja en el juego como si fuese la primera vez y no supieran en qué consiste el juego. Reconocer lo inesperado es una importante capacidad cognitiva ya que nuevo también puede significar peligroso.

Sin embargo, la forma exacta en que se procesan las sorpresas en el cerebro cambia a medida que crecemos: los estímulos inusuales se clasifican mucho más rápidamente como «importantes» o «poco interesantes» y son significativamente menos sorprendentes la segunda y tercera vez que aparecen.

Esta mayor eficacia tiene mucho sentido: los nuevos estímulos pueden llamar nuestra atención, pero no provocan una reacción innecesariamente fuerte que nos cueste energía. Aunque esto pueda parecer trivial a primera vista, hasta ahora se ha investigado muy poco este hecho en el contexto del desarrollo del cerebro.

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Foto: Especial
Vía: Infosalus

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