Clara fue víctima de violencia vicaria, pero fue llamada loca, cuando lo único que quería y merecía era ser feliz con sus hijos.

Pequeña, de ojos grandes y saltones, siempre sonriente y con un consejo acertado para cualquier situación, así era mi amiga Clara, a quien mi hijo amorosamente le decía que era una Hobbit, él tenía 8 años y estaban casi de la misma estatura.

Era tan juguetona que parecía una niña y cuando se quedaba al cuidado de Axel, convertían la casa en una zona de campamento, en una biblioteca o en un balneario, iban tomados de la mano a donde su imaginación los llevara.

Clara murió a los 50 años. Mi mamá nos llevó al velorio y lloramos su partida. Inicialmente era amiga de mi madre, a quien conoció como colega en una escuela primaria, eran la mancuerna perfecta.

Cuando su ex esposo le arrebató a sus dos hijos con el argumento de que estaba emocionalmente impedida para atenderlos, lloró noches interminables en la casa de mi madre, quien conocía todos sus secretos.

Los padres de Clara ayudaron a su ex marido declarando, ante las autoridades, que su hija estaba loca, eso era preferible que aceptar la responsabilidad de un abuso sexual en agravio de una menor que vivía con ellos.

Después de eso lloró, se emborrachó y salió a las calles a buscar, cual llorona, a sus hijos, así que los docentes que fueron sus compañeros de trabajo, los padres de familia y todos los que la vieron deambular por las calles de Atlixco, también la llamaron loca.

Juzgada por la sociedad, revictimizada por las autoridades y abandonada por su familia, Clara perdió su empleo de maestra, así que comenzó a ayudar a sus amigas en labores de aseo o en el cuidado de adultos mayores y niños.

Por temporadas su ex esposo le regresaba a los niños. A veces tenían que huir con lo que llevaban puesto para que no los encontraran, pero solo llegaban a Puebla y se escondían en las populosas colonias del sur de la ciudad.

Con el paso del tiempo la falta de recursos hizo que el hijo mayor de Clara se fuera a vivir con su padre, en tanto terminaba sus estudios. Después el otro hijo siguió a su hermano, mientras ella se fue a vivir a una colonia antorchista, en donde le prestaron un terreno con una casa de láminas.

En ese lugar encontró el amor al lado de un hombre más joven, un albañil que estaba fascinado con su experiencia de vida, pero ella ya cargaba un malestar irreversible. Su presión arterial un día explotó, cayó en el piso y nunca más volvió a abrir sus grandes ojos.

Mi amiga era dueña de una conversación fascinante, producto de su paso por la facultad de psicología de la BUAP y de ser partícipe de movimientos políticos de izquierda, era la mujer más cuerda que conozco, así que le confié el cuidado de mi más grande tesoro, mi hijo.

Clara fue víctima de violencia vicaria, pero fue llamada loca, cuando lo único que quería y merecía era ser feliz con sus hijos.

Un día Clara estaba sentada frente al mar y me dijo que desde la universidad no había regresado a la playa y que soñaba con llevar a sus hijos. Seguramente desde el cielo guiaras su viaje y aparecerás entre la espuma de las olas del mar para abrazarlos.

Hace 13 años Guadalupe G. y yo llegamos a Veracruz para romper cadenas entre las olas del mar, mientras Clara tomaba de la mano a nuestros hijos.

Hoy que ya no estás con nosotras te cuento que todos aquellos que nos llamaron locas no volverán a hacerlo, que hay una Ley Vicaria que los hará callar. Seguro estás bailando y cantando en el cielo.

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