Nunca antes, como en este caso, desde la primera columna que publiqué, tuve embates tan feroces.
El ex presidente del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) del estado de Puebla, Héctor Sánchez Sánchez, es muchas cosas, cometió muchos presuntos delitos, pero lo que nunca podrá ser es un cándido mártir.
El ex candidato del PAN a una diputación federal suplente y consentido del ex microgobernador, José Antonio Gali Fayad, alias “El Tony”, tuvo muchas oportunidades de recomponer el camino, pero no lo hizo y, desde la obnubilación de quien se sintió intocable, abundó en las irregularidades con su pandilla.
Casi la totalidad de los 26 funcionarios, incondicionales de él y de su esposa, la diputada local Mónica Silva Ruiz, con los que operó varias tropelías, han sido sacados por la puerta trasera del Poder Judicial y los expedientes sobre las anomalías que se están hallando crecen todos los días.
Lo que Sánchez Sánchez describe como “la narrativa creada por más de 4 meses seguidos” sobre él, que hoy lo ha puesto mal, es solamente una descripción de los presuntos delitos que cometió, el enlistado de las actitudes que desarrolló, de los abusos que cometió: todo se cristalizará en denuncias.
De acuerdo con fuentes confiables y certeras, que conocen la evolución de los expedientes, el galista faltó a la ética jurídica, pervirtió la administración de justicia y presuntamente malversó el presupuesto del Poder Judicial de Puebla, en el tiempo que lo presidió.
Efectivamente, Sánchez Sánchez no se equivoca al decir que el gobernador Miguel Barbosa Huerta confió en él.
También el mandatario poblano envió a muy buen tiempo la Reforma Judicial, que se aprobó por unanimidad y que todavía quiso desvirtuar Héctor, sirviéndose de amanuenses tergiversadores.
Anuncia el ex síndico de “El Tony” Gali Fayad que se “retira de la vida pública”, pero falta ver el desahogo de los asuntos judiciales que, en torno a él, su gavilla y su administración, se desahogarán.
Lo que menos es Sánchez es un cándido mártir, porque su familia, a la que pone en primer plano en su Twitter de despedida, no tiene vela en este asunto. Nunca ha sido involucrada.
Si su esposa y diputada local Mónica Silva Ruiz ha salido en el caso, es porque ella metió la mano directamente en asuntos que les competían solamente a funcionarios del Poder Judicial y porque usó bienes materiales y se sirvió de servicios del personal del TSJ, para su beneficio.
No son incomprendidos héroes.
Deberían, al menos ahora, saber leer la advertencia de que todo saldrá a la luz.
El estado de las cosas -tan podrido- no era posible que continuara. Y esa es una de las contundentes bondades de la Reforma Judicial barbosista.
Pero ya que se trata de hablar del desarrollo informativo del tema, me permitiré el exceso de escribir chocantemente en primera persona.
Tengo casi 30 años en este oficio, la mayoría de ellos en ejercicio desde la Ciudad de México, pero soy poblano.
Nunca antes, como en este caso, desde la primera columna que publiqué, tuve embates tan feroces, primero de funcionarios del Poder Judicial que, con petulancia, presumieron que “le bajé la columna”, cuando además no fue así, porque los directores de los medios aliados se mantuvieron siempre firmes.
Viví días de constante acoso en llamadas, con intentos de hackear mis aplicaciones de mensajería. Qué decir de los mensajes directos e indirectos, incluso algunos muy extraños de colegas, para que “le bajara”.
También la rabiosa descalificación de otros comunicadores, quienes a las espaldas denostaron mi trabajo, porque Héctor era su “amigo”.
Asimismo, el intento de soborno que tan directa y descaradamente mandaron.
Nunca salí a llorar, ni desde mi pluma ni la de los colegas aliados y periodistas firmes.
Que nadie se equivoque.
En este tema, no hay que confundir a los mártires con los fariseos.