La vida actual está marcada por un estilo de vida muy exigente, donde pareciera que la juventud y la felicidad, son no solo deseables, sino hasta símbolos de éxito, lo cual nos lleva a tolerar cada vez menos las emociones que consideramos “negativas” como puede ser la tristeza, el enojo o el miedo. En la escena actual pareciera que sentir cualquiera de las emociones antes mencionadas, nos hace en automático “estar mal” pues no podemos vibrar alto o ser tan positivos como se nos exige ser.
En medio de éste panorama, pareciera que cada vez hay más trastornos mentales, pero no siempre se trata de eso. A veces tan solo es la vivencia normal de las emociones, que al no poder ser aceptadas y mucho menos procesadas, lleva a las a personas a hacerlas patológicas tanto acudiendo con profesionales que por medio de medicación les ayuden a “sentirse mejor” cuando existe un motivo claro de su malestar como puede ser una ruptura, un cambio importante en su vida, la pérdida de un ser querido, que no son capaces de enfrentar o tan solo autodiagnosticándose con un trastorno, para explicar su malestar, lo que los lleva a sentir ansiedad, en vez de estar preocupados, a ser bipolares, en lugar de estar inestables, a tener déficit de atención en vez de estar distraídos y un sin fin de ejemplos más, que terminar por seguir haciendo la vivencia de las emociones, como algo enfermizo.
Las emociones no solo constituyen una serie de sensaciones psíquicas, sino también físicas y químicas, lo cual hace que no podamos mantenernos alejados de ellas, pues desde un inicio han servido a la especie como un medio de adaptación al mundo, un medio de expresión y por supuesto, una herramienta indispensable para ser empáticos con lo que sienten los demás. Dejemos de patologizar cualquier malestar y asumamos que la vivencia humana está llena de sensaciones de todo tipo y tarde de adormecer aquellas que nos son incómodas, no nos ayuda, sino que cada vez nos hace menos capaces de enfrentarlas. No digo que no existan trastornos y grados de malestar, que requieran de medicación para lidiar con ellos, pero aprendamos a diferenciarlos, tratemos de reconocer las emociones cotidianas, es decir, las respuestas psíquicas a acontecimientos concretos y tratemos de lidiar con ellas.
Aprendamos que no es malo enojarnos o sentirnos tristes, pues podemos aprender de esos momentos sin tener que sumergirnos en la emoción, pero tampoco pretendamos evadir lo que sentimos, pues en algún momento explotaremos de la peor manera en el momento menos indicado. La vivencia de las emociones debe darse desde la propia comprensión de lo que las causó, para darnos el espacio emocional para tranquilizarnos, observar las sensaciones y decidir qué hacemos con ellas. Recordemos que nuestra naturaleza integral necesita de los opuestos para aprender y sería difícil reconocer la alegría si no hemos sentido tristeza por ejemplo. Todo lo que sentimos es válido y debemos empezar por reconocerlo para poder gestionarlo y desarrollar así la inteligencia emocional.
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