El sitio tiene similitud con otro recinto ubicado en la cima del Monte Tláloc, y ambos estarían relacionados con ofrendas para rituales propiciatorios de lluvia.
Especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), junto con el arqueólogo y espeleólogo Ismael Arturo Montero García, localizaron un sitio arqueológico en la ladera oeste del volcán Citlaltépetl o Pico de Orizaba, en la cara que corresponde al estado de Puebla. Ahí se identificó una estructura de tipo cuadrangular que podría corresponder a un adoratorio prehispánico con posible uso astronómico y ritual denominado tetzacualco, como los registrados en el Iztaccíhuatl, el Popocatépetl y en el Monte Tláloc.
En un comunicado, el INAH refiere que el sitio ceremonial, donde se halló cerámica decorada y lítica dispersa en la superficie, constituye hasta el momento el más grande de esa cúspide, cuya temporalidad podría oscilar entre los periodos Clásico (200 – 700 d.C.) o Epiclásico (700 – 900 d.C.). La similitud arquitectónica y altitudinal que guarda con el lugar arqueológico ubicado en la cima del Monte Tláloc, lo vincula con los espacios de ofrenda para rituales propiciatorios de lluvia.
En 2005, Arturo Montero, miembro del Proyecto Eje Investigación, Estudio, Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural y Ecológico en los Volcanes, que desarrollan la Escuela Nacional de Antropología e Historia y la Dirección de Estudios Históricos, bajo la coordinación de la doctora Margarita Loera, observó en una fotografía aérea que en un paraje de la ladera oeste del Pico de Orizaba se distinguía una estructura cuadrangular. En su momento supuso que se trataba de un adoratorio prehispánico de los denominados tetzacualco.
A principios de 2017, como parte del trabajo que desarrolla en la Comisión Nacional para Áreas Naturales Protegidas, el investigador atendió de manera puntual dicha cumbre conocida en náhuatl como Citlaltépetl.
En octubre pasado ascendió junto con los investigadores María de Lourdes López Camacho y Osvaldo Murillo, del INAH, y los guías de montaña Rodolfo Hernández, Martín Moreno, Nadia Mota y Ariana Jiménez, a la ladera oeste del volcán en busca de aquello que había observado en la ilustración satelital, y que otros investigadores, como el español José Luis Lorenzo, experto en glaciología, y el alpinista norteamericano Winston Crausaz, habían mencionado en 1957 y 1993, respectivamente, sobre la posible existencia de una estructura.
A cuatro mil 230 metros sobre el nivel del mar, con una vista hacia el Valle de Puebla-Tlaxcala, el equipo halló un sitio arqueológico de características similares al tetzacualco del Monte Tláloc, el cual se identificó con el nombre de Poyauhtlan, que en náhuatl significa “Lugar donde se hacen ligeras las nubes”. En dicho punto se localizó una estructura cuadrada; las paredes que la componen presentan las siguientes dimensiones: el muro sur, 35 metros de largo; el poniente, 35.7 m; el norte, 35.6 m, y el este, 35.2 m, con un área general aproximada de mil 188 m².
El sistema constructivo es a base de hiladas de piedras de basalto y tezontle, que a simple vista tienen como aglutinante sólo tierra; los muros miden aproximadamente entre 1 a 1.50 m de ancho, y tienen una altura que va de 0.40 a 1 m. La estructura está cubierta en parte con zacate y arena, lo que impide tener medidas exactas.
La edificación presenta un par de salidas o aperturas. La primera, ubicada al poniente, mide aproximadamente 4.6 metros y da hacia lo que podría ser un camino con hileras de piedras al borde inclinadas hacia el noroeste. La segunda mide aproximadamente 2 metros, presenta un par de posibles escalones y se ubica en el flanco norte, al frente se localiza un monolito. Asimismo, en el costado este de la estructura, en la parte media se ubica una gran roca que forma parte del muro, contigua a grandes monolitos con restos de talla.
Dentro del cuadrángulo, en la parte noreste, los especialistas detectaron alineamientos y desniveles en el terreno, lo que podría indicar la presencia de un par de cuartos. Asimismo, en el área central se observa una acumulación de piedras y una ligera elevación del terreno, posiblemente restos de una estructura.
Durante la prospección, también se hallaron abundantes materiales cerámicos en superficie, con formas similares a las de las fases Xolalpan, Metepec y de tipo Coyotlatelco. Respecto a los objetos líticos, se encontraron restos de pizarra, navajillas y puntas de flecha de obsidiana gris, algunas tan intemperizadas que tienen tonalidad blanca.
De acuerdo con la arqueóloga del INAH María de Lourdes López Camacho, adscrita al Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec y comisionada en la Dirección de Salvamento Arqueológico, afirmó que en la ladera oeste del volcán donde se ubicó el adoratorio la intervención humana es mínima, ya que no está dentro de los recorridos habituales de los montañistas, ni tampoco se observan elementos contemporáneos del culto
El doctor Montero, quien también coordina la organización Ipan Tepeme Ihuan Oztome y dirige el Centro de Investigación y Divulgación de la Ciencia, de la Universidad del Tepeyac, realizó de forma paralela una prospección aérea con la ayuda de un dron, el cual elevó a 50 metros sobre el sitio. Posteriormente, con un software y una nube de puntos, elaboró un modelo digital en 3D donde pudo apreciar perfectamente la estructura. “El recinto cuadrado que se ve en la ortofoto del flanco poniente, es muy parecido en dimensiones, orientación y cota altitudinal a los tetzacualcos de Monte Tláloc, Popocatépetl e Iztaccíhuatl, y Nahualac, donde la presencia de cerámica tolteca es determinante, pero hasta que no se realice un trabajo de excavación no se podrá precisar cuál es más antiguo”.
Identificado en documentos históricos como el Códice Vindobonensis, los mapas de Cuauhtinchan 1 y 2 e Historia Tolteca Chichimeca, el Pico de Orizaba o Citlaltépetl, es denominado por fray Bernardino de Sahagún como Poyauhtecatl. En la meseta de Chalchicomula se establecieron los toltecas entre los años 650 al 700, quienes posiblemente incorporaron la parafernalia del culto a los cerros en la Cuenca de México.
Montero García concluyó que de confirmarse la presencia de al menos un tetzacualco para el Pico de Orizaba, la personalidad teológica de la montaña alcanzaría mayor relevancia.