Preparamos caminos y luces que guíen a nuestros invitados, ponemos buen ambiente con música y ofrecemos comida y bebida, botana y dulces, todo lo que pueda complacer a nuestros muertitos.

Del calendario ritual mexicano la celebración más importante del año es, sin duda alguna, el Día de Muertos, Día de todos los santos o de los fieles difuntos (según la tradición judeocristiana).

Al margen de la idea estereotipada (y falsa) de los mexicanos “riéndonos” de la muerte, ésta es en realidad una fiesta.

La esencia es muy simple: una vez al año los vivos recibimos la visita de nuestros familiares y amigos que ya han fallecido.

Eso es lo que creemos los mexicanos… porque es cierto.

Como suele ser en cualquier fiesta adornamos nuestra casa con muchos colores, con figuras alegres y flores.

Preparamos caminos y luces que guíen a nuestros invitados, ponemos buen ambiente con música y ofrecemos comida y bebida, botana y dulces, todo lo que pueda complacer a nuestros muertitos.

Por eso lo hacemos con gusto, no desafiando a la muerte, sino asumiendo que a pesar de ella la familia y los amigos podemos convivir y amarnos por siempre, aunque nos juntemos solo una vez al año.

De alguna manera es una cuestión antinatural pues, contrario a muchas otras culturas, nosotros estamos convencidos de que la muerte no es tan invencible. En fin, ¡somos mexicanos!

Usted me va a perdonar, amable lector, pero a veces soy apocalíptico. Viene al caso mi razonamiento sobre la esencia del Día de muertos y la cultura.

A partir de los años setenta del siglo XX, alguna corriente (en varios sentidos) cultural comenzó a difundir de manera especial las manifestaciones plásticas de Día de muertos en la comunidad de Huaquechula, Puebla.

Cabe aclarar que tal estilo no es exclusivo de esta población, sino que es compartido en toda una región localizada en el Suroeste de nuestro Estado.

Huaquechula tuvo la suerte (no he dicho si buena o mala) de hacerse muy famosa y excesivamente concurrida en estas fechas.

Así como Mixquic en el Estado de México o Pátzcuaro en Michoacán, Huaquechula ha visto un proceso de invasión turística que ya ha afectado la esencia de la fiesta.

Tanto instituciones como operadores de turismo, en su persecución de la “derrama económica”, se han llevado entre las patas la serenidad de una fiesta que, como cualquier otra, debería ser privada, recibir a nuestros muertos es algo íntimo.

Si llegamos sin ser invitados somos los gorrones, si ni siquiera conocemos a la familia ¿Qué somos?

Mostrar nuestras tradiciones es muy sencillo: adorne usted su casa, ponga una ofrenda bien bonita, prepare mucha comida y bebida, invite a los turistas a su casa y llévelos al cementerio a dejar flores, haga que vivan la experiencia auténtica de “nuestra” cultura, invitándoles a recibir a sus propios muertos, no vaya a molestar a los muertos ajenos.

Eso sería respetar la Cultura y hacer turismo responsable.

Pero tenemos otras opciones.

Todos los museos, instituciones de cultura, escuelas, oficinas públicas de Gobierno, comercios, etc.,instalan altares y exhibiciones de todas clases, para que todos, los visitantes y nosotros mismos podamos apreciar, disfrutar y quizás aprender, de las expresiones infinitamente variables que nuestra cultura despliega para recibir a nuestros queridos invitados de la otra vida.

No nos pasemos de vivos con los muertos.

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