Habitó en cuartos de vecindad cada vez más pobres y sórdidos. Sus últimos trece años fueron atroces. Murió sin un techo estable. 

La esquina de la calle de Tacuba e Isabel la Católica, antes calle de San José Real, se encuentra una de las casas que en su época fue de Cortés, en la que predomina el mexicanísimo tezontle, en cuya parte superior se ubica un torreón en el que se destaca la hornacina de una virgen cargando a un infante sobre un nopal.

María Josefa fue la esposa del último virrey de la Nueva España, don Juan de O’Donojú. Ambos habían llegado al virreinato cuando la avalancha de la independencia era ya incontenible. O’Donojú firmó con generosidad la capitulación que ponía fin a una guerra de diez años y ordenó el retiro de las tropas realistas. Fernando VII no se lo perdonó. “Lo envié para que me conservase esos reinos, no a que los diese a los enemigos de la Corona”.

O’Donojú fue declarado traidor. Murió en circunstancias extrañas un mes después de la entrada a la ciudad del Ejército Trigarante y su esposa quedó a la deriva, el rey advirtió que quien prestara ayuda a la pareja sería perseguido por traición a la patria.

De ese modo comienza el fin de la efímera virreina. Se cuenta que Iturbide, concede a María Josefa una pensión de mil pesos mensuales; sin embargo, la caída del también efímero emperador arrastró consigo a la virreina; aunque hizo numerosos trámites a fin de que los servicios que su esposo había prestado a la independencia fueran reconocidos, la vorágine de sucesivas revoluciones arrumbó a María José en el más completo de los olvidos.

Vendió sus muebles, sus trajes, sus joyas. Finalmente, al no poder pagar la renta, fue lanzada del palacio en que vivía. Habitó en cuartos de vecindad cada vez más pobres y sórdidos. Sus últimos trece años fueron atroces. Murió sin un techo estable, mendigando acaso las puertas de la mansión en que habitó un día.

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