La violencia es un fenómeno omnipresente y complejo que afecta de manera creciente y bajo diferentes formas a millones de personas en todo el mundo y que tiene efectos que se extienden más allá del daño físico inmediato. Impacta profundamente en la salud mental de las personas y puede causar cambios duraderos en el cerebro.

Sean las formas en las que la violencia emerge y se manifiesta, como las guerras, la interpersonal, la violencia social, la urbana, inclusive aquella autoinfligida, las consecuencias a diferentes niveles son devastadoras para los individuos y las sociedades.

Pero, ¿qué provoca la violencia y cómo afecta a nuestro cerebro y salud mental?

La violencia no es un comportamiento simple o directo como puede aparentar y a veces ser explicado. Por el contrario, puede ser influenciada por una variedad de factores, como biológicos, psicológicos, sociales, culturales y ambientales.

Para comprender el entramado de la violencia el modelo del sociólogo y matemático noruego Johan Galtung sigue siendo válido. Allí tenemos tres componentes:

  • La violencia directa, que es la más visible y se concreta con comportamientos y responde a actos de violencia.
  • La violencia estructural, que se centra en el conjunto de estructuras que no permiten la satisfacción de las necesidades y se manifiesta, precisamente, en la negación de las miesmas, puede ser la causa subyacente de la “fase de acumulación de tensión” social, por ejemplo.
  • La violencia cultural, la cual crea un marco legitimador de la violencia y puede ser la causa subyacente.

Esto es importante ya que en cualquier abordaje entender que la violencia está inscripta en un marco amplio y multifacético permite entenderla y abordarla con alguna esperanza de resolución. Sin embargo, se le ha dado una menor importancia a las raíces neurobiológicas de la violencia, así como las consecuencias a ese nivel de la exposición a la misma priorizando las de tipo social y cultural.

Factores causales según la ciencia

Como todo comportamiento humano, la violencia está controlada por el cerebro. La biología de la ira y la agresión es a menudo la causa raíz de la mayoría de este comportamiento.

Curiosamente, puede activar algunos de los mismos circuitos de las diferentes formas de las adicciones. Esto sugiere que la respuesta del cerebro a la violencia involucra una serie de procesos emocionales, cognitivos y fisiológicos.

En cuanto a lo neurobiológico algunos factores causales comunes de la violencia incluyen:

  • Predisposición genética: Algunas personas pueden heredar genes que las hacen más propensas a la agresión o la impulsividad. Por ejemplo, los estudios han encontrado que ciertas variantes del gen MAOA, que regula el metabolismo de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, se asocian con un mayor riesgo de comportamiento violento
  • La estructura y función cerebral: Algunas regiones y circuitos están involucrados en la regulación de las emociones, los impulsos y los juicios morales. El daño o disfunción en estas áreas pueden afectar la capacidad de controlar o inhibir los impulsos violentos. Por ejemplo, la investigación ha demostrado que las estructuras cerebrales como la corteza prefrontal, la amígdala, el hipocampo y la corteza cingulada anterior a menudo están afectadas en individuos violentos.

Además, los estudios de imágenes cerebrales han revelado que el comportamiento violento puede alterar los niveles y la actividad de neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y el GABA, que modulan el estado de ánimo, la motivación y la inhibición.

Un ejemplo de esta interrelación bidireccional entre violencia y cerebro es la estudiada en los cambios en este órgano frente a la violencia en los videojuegos. Un estudio de la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana examinó a jóvenes de sexo masculino y la exposición a estos juegos. El estudio encontró alteraciones visibles en las resonancias magnéticas cerebrales después de solo una semana de jugar un videojuego violento.

En el estudio se observa una disminución significativa en la activación de las porciones prefrontales del cerebro, que están involucradas en la inhibición, concentración y autocontrol, y una mayor activación de la amígdala, una región asociada con la excitación emocional. Estos hallazgos sugieren que la exposición a medios violentos puede causar cambios en la función cerebral que pueden estar vinculados al comportamiento agresivo.

Hay otros factores en los cuales no se considera su impacto a nivel neurológico, a pesar de su evidente relación y como tal hay que considerar cómo lo psicológico y lo social impactan directamente en el sistema nervioso. Un ejemplo muy simple de esto son las respuestas ligadas al estrés y su impacto en la neuroplasticidad.

  • Factores psicológicos: Ciertos rasgos psicológicos pueden aumentar la probabilidad de comportamiento violento. Por ejemplo, los trastornos mentales como el de personalidad antisocial, la psicopatía, la esquizofrenia, el trastorno bipolar y de estrés postraumático pueden afectar la capacidad de empatizar, razonar o manejar el estrés. Además, los rasgos de personalidad como el narcisismo, la hostilidad, la ira o la impulsividad pueden predisponer a la agresión o la violencia.
  • Factores sociales y ambientales: estos pueden facilitar el comportamiento violento. Por ejemplo, la exposición a la violencia (directa o virtual), el abuso, el abandono o el trauma en la infancia o en la edad adulta, pueden aumentar el riesgo de desarrollar tendencias violentas. Además, factores como la pobreza, la desigualdad, la discriminación, la injusticia, la opresión o el aislamiento social pueden generar sentimientos de frustración, resentimiento o desesperanza que pueden llevar a la violencia. Como mencionaba antes, el considerar cómo interactúan todos estos aspectos sociales, biológicos y psicológicos permite una mejor comprensión de los mismos, inclusive al tratarlos aisladamente.

Las secuelas de la violencia

Los efectos de la violencia son múltiples, y más allá de los que vemos de manera emergente también están los ligados a las consecuencias neuropsiquiátricas.

  • Lesiones físicas y enfermedades que pueden llevar a infecciones, discapacidades o dolor crónico con impacto consecuente tanto psicológico como en el sistema nervioso.

Trastornos mentales: la violencia puede causar trastornos mentales como depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, ideación suicida o inclusive asociarse al abuso de sustancias. El efecto del estrés en el sistema nervioso puede cambiar literalmente cómo este se forma y se conecta. Esto puede llevar a problemas cognitivos y de comportamiento, particularmente en niños expuestos a la violencia.

Ellos pueden tener dificultades para aprender, concentrarse y recordar. También la violencia puede afectar las habilidades sociales y emocionales, como la empatía, la confianza o la cooperación. En relación a esto último se observan frecuentemente problemas cognitivos y de comportamiento en los niños y adolescentes en particular, dado el trauma tanto físico como psíquico al que están expuestos. Además, la violencia puede aumentar la probabilidad de participar en comportamientos riesgosos o antisociales, como el abuso de sustancias, la delincuencia o la violencia.

En conclusión, el impacto de la violencia en el cerebro es un área crítica de investigación que tiene implicancias significativas para la salud pública, la educación y la política social. La violencia es un campo de estudio multifacético y en la medida que se sectorice, tanto las formas en que la misma se manifiesta o emerge o se pondere una causa o una consecuencia por encima de la otra sin contextualizarla, no se podrá avanzar en su estudio científico. Comprender los efectos neurológicos y psicológicos puede informar las intervenciones para apoyar a las víctimas de la violencia y el camino del abordaje de algo que es una epidemia mundial.

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Foto: Especial
Vía: Infobae

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