En México, como en algunos otros países, se lleva a cabo el Día de la Candelaria, una fiesta popular de carácter religioso y cultural celebrada el dos de febrero de cada año.

 La Festividad se relaciona con la llegada de Los Reyes Magos el día 6 de Enero, mismo día en el que se acostumbra partir la famosa rosca de reyes en la que quienes encuentran la figura que representa al «Niño Dios» deberán ofrecer tamales el día 2 de febrero.

Por otra parte, esta festividad es considerada una de las más importantes del catolicismo, se celebra tanto en Oriente como en la iglesia romana de Occidente; en la que convergen tres grandes motivos por los que se celebra esta fecha hasta nuestros días: El recuerdo del pasaje bíblico de la presentación del niño Dios en el templo de Jerusalén; la purificación de la Virgen María después del parto y su veneración en la advocación de Virgen de La Candelaria. 

De acuerdo con la emérita del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH), Gisela von Wobeser, especialista en Historia Colonial, explica que el vocablo candelaria proviene de candela, cuya definición es vela, por tanto, su connotación está relacionada con la luz, la cual dentro del cristianismo tiene un significado simbólico importante: “siempre se le ha asociado al cielo, a lo divino.Por lo que en el arte plástico a los santos se les representa con una aureola de luz”.


En la actualidad la mayoría de los mexicanos practican la religión católica, incluso hay quienes, sin ser asiduos asistentes a misa, comparten creencias religiosas y, por ende, le atribuyen al niño Dios bendecido el 2 de febrero, ciertas características milagrosas de consuelo.

Además, “muchas de nuestras festividades tienen un ingrediente costumbrista y muchos, sin ser creyentes, comparten aquellas fiestas tradicionales como la Navidad, la celebración del Día de Muertos y, por supuesto, la fiesta de La Candelaria”, indica la autora del libro “Orígenes del culto a nuestra señora de Guadalupe, 1521-1688”, recuerda que este festejo inició en la iglesia oriental con el nombre del Encuentro y se extendió a Occidente, “como muchas de nuestras celebraciones y cultos católicos, y se fusionó en el siglo VI con la fiesta romana de las Lupercales (antigua fiesta pastoral que se celebraba para evitar los malos espíritus, purificar la ciudad, liberar la salud y la fertilidad), donde se hacía una procesión con candelas”.

De acuerdo con su investigación, comenta que la advocación de la Virgen María como Nuestra Señora de la Candelaria surgió en las Islas Canarias, en Tenerife donde, según la leyenda, en 1392, en la que unos pastores encontraron en el campo la figura de una imagen que cargaba al niño Dios en un brazo y en la mano contraria una vela, por tal motivo se le identifica como la Virgen de la Candelaria.

Fueron los frailes evangelizadores, quienes junto a los conquistadores y colonizadores de América, implantaron esta devoción en numerosos países latinoamericanos, donde actualmente se celebra mediante procesiones con velas encendidas como parte de sus tradiciones y costumbres.

Gisela von Wobeser menciona que consumir tamales el 2 de febrero se retoma una costumbre indígena, ya que al parecer era común en ciertas fiestas del mundo prehispánico ofrecer comida a las deidades, se creía que se beneficiarían a través de los vapores que emanaba, “algo similar se piensa cuando se colocan los alimentos en los altares de Día de Muertos”, acota la historiadora universitaria.

Los pueblos originarios tenían la tradición de ofrecer tamales en una festividad denominada Huauhquiltamalqualitztli. “Las Lupercales daban inicio al ciclo agrícola en Roma y al parecer ocurría lo mismo en el México prehispánico con estas tamalizas que se hacían en ofrenda a los dioses”, destaca la historiadora.

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En algunos pueblos mexicanos, en particular en el centro del país, se acostumbra que días previos al 2 de febrero se lleve al Niño Dios a escuchar misa vistiéndolo con ropas nuevas, incluso lo llegan a cargar con rebozos simulando así portar a un bebé real, añade también la especialista en historia.

Se trata de un sincretismo en el que se fusionaron fiestas tan antiguas como las Lupercales de Roma, las cristianas medievales y las tradiciones prehispánicas de México, y persisten hasta nuestros días, puntualiza la exdirectora del IIH.

En México los frailes aprovecharon festividades, ritos y costumbres religiosas de los indígenas para continuarlas, pero con nuevos contenidos. Es por ello que numerosas procesiones implican bailes, porque esa era una forma en la cual en el México prehispánico festejaban a sus dioses, concluye.

MARSH

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