Sin importar que el sol a plomo lo derrita dentro de su traje anticovid, saben que no puede tirar la toalla ante la crisis de salud pública.

La batalla en contra del COVID-19 se volvió en una guerra que no tiene fin en Puebla, donde los soldados blancos no solo pelean con la otra pandemia llamada discriminación, sino con la frustración de sentirse derrotados por la muerte de aquellos que tuvieron un último aliento y se despidieron con una carta de sus familiares en los hospitales de donde salieron en bolsas de cadáveres para su cremación.

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A comparación de los soldados que tienen armas, chalecos y cascos para defenderse de un ataque, ellos solo tienen un equipo especial que deben portar por más de ocho horas diarias en los hospitales para evitar contagiarse del virus que cumple un año de presencia en Puebla éste 10 de marzo, arañando los 10 mil poblanos muertos por complicaciones con la enfermedad.

Lía Ivón Candia, es enfermera vio morir a 15 personas que acompañó en sus últimos momentos, luego de que los familiares y por protocolos de seguridad ante la pandemia no lo pudieron hacer. Su rostro tiene  lesiones provocadas por el equipo de protección. 

Ella ha laborado por 9 meses en el Hospital de Ortopedia Rafael Moreno Valle Rosas, convertido en un nosocomio especializado en la atención de pacientes COVID19, donde solo con medicamentos, jeringas, oxímetros y termómetros se ha enfrentado al virus.

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Atestiguó como el paciente entraba en paro respiratorio para después morir, esto sumado a las acciones discriminatorias de la sociedad, de su familia y amigos, que no se acercaron a ella por miedo a contagiarse, convirtiendo estas emociones en un tsunami de lagrimas por la impotencia que sentía.

Muchos de los pacientes que no aceptaban intubarse, veías poco a poco como bajaba su saturación, aunque nosotros hacíamos todo lo posible para salvarlo, era algo muy fuerte y muchas veces te ganaba el sentimiento, te ganaban las lágrimas, algunos de ellos me dieron cartas para sus familiares porque sabían que no los volverían a ver”.

Eduardo Villegas Montiel, es paramédico de la Secretaría de Salud y entiende que el coronavirus es una enfermedad que llegó para quedarse; por lo tanto, tiene que tratarse con respeto porque para él no tiene fin al menos este 2021.

Contó a URBANO Noticias que en medio de la pandemia se necesita corazón frío para atender una llamada de emergencia y no por la persona, sino por el estrés que genera conducir a exceso de velocidad una ambulancia por las calles de Puebla, donde cada segundo es vital para salvar esa vida y que en ocasiones se dificulta por la impericia de conductores que no se quitan del camino.

Sin importar que el sol a plomo lo derrita dentro de su traje anticovid, sabe que no puede tirar la toalla ante la crisis de salud pública, que en ocasiones también deriva en actos de discriminación para algunos de sus colegas, que en los últimos meses se han contagiado del virus o toman terapias psicológicas por el dolor que representa la muerte.

Lalo no se acostumbra a la muerte. Ya perdió la cuenta se cuántas personas han muerto dentro de su ambulancia por atención tardía.

El último caso que recuerda, es una persona que trasladó desde Zacatecas a un hospital privado de Puebla, donde el viaje de 10 horas se convirtió en un calvario para el paciente que no sobrevivió en el trayecto.

“Fue un hombre que trasladamos de Zacatecas a Puebla, el paciente no llevaba condiciones para resistir, se fue complicando, damos aviso esto a los familiares y depende de ellos si aceptan con todos los riesgos que ello representa”.


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