El trabajo ferrocarrilero se ha identificado históricamente como una actividad masculina; sin embargo, existen evidencia documental que a principios del siglo XIX las mujeres incursionaron en este mundo de como enfermeras, cocineras y afanadoras, y servían en los campamentos donde se construían vías de Ferrocarriles Nacionales de México, fundado en 1908 bajo el mandato de Porfirio Díaz. Fue el inicio del feminismo ferrocarrilero.
Treinta años después la mayoría hijas de ferrocarrileros ya estaban en las oficinas como secretarias y telegrafistas, algunas, con el paso de los años, se convirtieron en despachadoras de trenes o jefas de estación como es el caso de Margarita Reyna Castro Sánchez y las hermanas Etelvina y María del Pilar Cervantes Burgos, de quienes existen expedientes en el Centro de Documentación e Investigación Ferroviarias (CEDIF) del Centro Nacional para la Preservación del Patrimonio Cultural Ferrocarrilero (CNPPCF).
Estos indicios que se encuentran en el archivo histórico, el archivo de la palabra (narraciones de jubilados del ferrocarril), la biblioteca especializada y la fototeca, son una nueva veta historiográfica que se explora desde el feminismo de mediados del siglo pasado.
Estas mujeres fueron algunas de las primeras en irrumpir en un mundo de hombres; en algunas ocasiones fueron bloqueadas o desanimadas para lograr ascensos laborales por sus propios esposos que también eran ferrocarrileros y la mayoría de veces las sacaban de trabajar.
Llevaron una vida nómada que les forjó un carácter fuerte; a algunas las hizo permanecer solteras porque brincaban de ciudad en ciudad, en ocasiones tuvieron que vivir en lugares inhóspitos para realizar su trabajo o en las casas de las familias de sus jefes, ya que era mal visto que las señoritas se hospedaran en hoteles.
El jefe del Departamento de Archivo Histórico del CEDIF, Patricio Juárez Lucas, quien realiza investigaciones de género, señaló que hay mucho que estudiar sobre la contribución de las mujeres en el desarrollo ferroviario del país, y que el cine y la literatura debería hablar de ellas como las primeras feministas de México.
En el caso de las hermanas Etelvina y María del Pilar Cervantes Burgos, dijo que ambas eran hijas de un trabajador de ferrocarrilero, pues el primer requisito para laborar en oficinas de trenes era que el padre firmara un permiso. Si este fallecía, a las hijas las aceptaban de manera inmediata para laborar en áreas administrativas, al igual que a las viudas.
De Etelvina Cervantes Burgos, nacida el 4 de octubre de 1922 en Tamaulipas, hija de Pascual Cervantes García y Margarita Burgos Menéndez, existe registro en el Archivo Histórico del CEDIF que señala que el 17 de septiembre de 1940, con apenas 18 años, solicitó un traslado de Tierra Blanca, Veracruz, a la estación de trenes de Puebla para ocupar el puesto de oficinista extra.
En su solicitud consta que de ella dependían económicamente su abuela Genoveva, viuda de Burgos, de 65 años; su madre Margarita, viuda de Cervantes, de 36; y su hermana María del Pilar Cervantes, de 15 años.
También, la solicitud señala que había ingresado al servicio ferroviario el 1 de marzo de 1939 y que su domicilio para establecerse en Puebla era 7 Poniente 311. Para el 2 de julio de 1943 se autorizó su regreso a Tierra Blanca, Veracruz.
Según los registros se conoce que María del Pilar Cervantes Burgos, hermana de Etelvina, también trabajó en los ferrocarriles. Un documento de 1947 marca su inicio laboral en la estación de Matías Romero, Oaxaca, cuando tenía 22 años.
Juárez Lucas reconoció que no cuenta con el número exacto de las mujeres que se encuentran en los archivos del CEDIF, pero recordó la investigación que realizó acerca de Margarita Reyna Castro Sánchez, quien llegó a ocupar el puesto de jefa de Estación en los Ferrocarriles Nacionales de México.
“Margarita nació el 9 de junio de 1943 en un campamento ferroviario de remachadores, situado a un costado de las vías del Ferrocarril Panamericano (Ixtepec, Oaxaca-Ciudad Hidalgo, Chiapas), en un punto cercano a la estación de Arriaga, en el estado Chiapas. Los trabajadores que ahí vivían eran la fuerza de trabajo itinerante, que laboraba a lo largo del sistema ferroviario dando mantenimiento a las vías del ferrocarril. Su padre fue Antonio Castro Díaz, remachador de puentes, al igual que su abuelo Elías Castro Ortega, y una de las estaciones de bandera del Ferrocarril Panamericano lleva su nombre.
«Ella es un personaje importante, tanto dentro de la familia Castro como en el gremio ferrocarrilero. En esa época consiguió lo que pocas mujeres se habían atrevido a hacer: incursionar en el mundo ferroviario. Inició desde abajo y logró ascender hasta el puesto de jefe de Estación en Contreras, en el entonces Distrito Federal, puesto que conservó hasta 1998, cuando se jubiló».
«Se enfrentó a la oposición de su padre, quien le dijo que no estudiara para telegrafista porque cuando se casara iba a dejar todo aventado. También lo hizo con su esposo cuando este le insistía que dejara el trabajo. El negarse fue la mejor decisión que pudo tomar, debido a que al poco tiempo su esposo, siendo despachador en trenes en Oaxaca, dio una instrucción incorrecta que provocó un choque y fue suspendido un año, tiempo en el que ella fue sostén de su familia».
«Margarita tenía tres hijos (…) Poco antes de que se jubilara, un 24 de diciembre, recibió en su oficina una llamada de uno de sus hijos que le preguntó que si no se iría a hacer la cena de navidad y que ya dejara de trabajar, a lo que ella le respondió: yo solo escucho trenes (…) No sé si Margarita aún esté viva, la entrevisté antes de la pandemia cuando ella tenía cerca de 70años”, contó el investigador ferroviario.
La geografía humana de María del Pilar Cervantes Burgos, la despachadora de trenes
“-Yo nací en Tierra Blanca, Veracruz, un 22 de octubre, debí llamarme Salomé». Su padre Pascual Cervantes García fue telegrafista y jefe de estación, muriendo cuando Pilar era una niña. De su infancia cuenta:
«Fue la mía una infancia llena de tristeza, de deseos, de pobreza, pero sí con el gran cariño de mi madre Margarita Burgos y de mi abuela materna, así como de mi hermana Etelvina, con la que me críe juntamente».
Estudió primaria y comercio con la idea de terminar y ponerse a trabajar enseguida. Para entonces su hermana ya era oficinista extra de los ferrocarriles. Ella, por su parte comenzó a trabajar en las oficinas de General Electric de Puebla. Lo que sería su próximo destino, ni siquiera le pasaba por la mente. Recuerda que cierto día un poco antes de irse a Puebla, un amigo de la familia, el señor Roberto Borges, le preguntó por qué no aprendía telégrafo, a lo que Pilar contestó:
«Ni pensarlo. Nos vamos a Puebla».
Y, sin embargo, ya estando en Puebla, sucedió que:
«Un día pasé por unas oficinas de gobierno a dónde estaban transmitiendo por telegrafía y al escuchar el tac-tac del telégrafo, no sé que eco se despertó en mí y decid estudiar telegrafía. A mi madre le agradó la idea, regresamos a Tierra Blanca y ahí me puse a estudiar. El 11 de diciembre de 1947 me inicié como Telegrafista de los Ferrocarriles Nacionales de México. Estudiar comercio antes fue realmente desviarme de mi camino”, así escribió Livia Sedeño en la sección Geografía Humana del Ferrocarril de la Revista Ferronales de principios de los años 70 s.
La jefa de departamento de Biblioteca Especializada del Centro de Documentación e Investigación Ferroviarias (CEDIF) del Centro Nacional para la Preservación del Patrimonio Cultural Ferrocarrilero (CNPPCF), María Isabel Bonilla Galindo, mostró material de género que se encuentra en algunos tomos de la revista Ferronales.
Esta publicación única en su género en el país, que surgió en 1930 y que fue órgano oficial de comunicación de los Ferrocarriles Nacionales de México, con contenido netamente del mundo ferroviario, tiene una edición especial dedicada a Pilar Cervantes, aunque también se publicaron las vidas de otras mujeres que destacaron en ese mundo de hombres.
Otras mujeres que aparecían en Ferronales estaban solo en las páginas de sociales, en dónde se publicaban por haber contraído matrimonio con algún ferrocarrilero o que eran las reinas de festivales de sus regiones siendo hijas de algún jefe de estación.
Para Bonilla Galindo fue hasta el término de la Revolución Mexicana que las mujeres pudieron ingresar a espacios laborales como los que se dieron en Ferrocarriles Nacionales de México y que esto también fue gracias a los acuerdos del Primer Congreso Feminista de 1916 realizado en Mérida, Yucatán.
En ese encuentro se reflexionó públicamente sobre los derechos de las mujeres que les permitieran estar en igualdad de condiciones con los hombres. Este Congreso es el antecedente fundamental para que en 1935 se conformara el Frente Único Pro Derechos de la Mujer, organización vital en el movimiento sufragista mexicano que llevó a las mujeres a las urnas en 1955.
De acuerdo con la investigadora se trató de un primer momento histórico en el que mujeres tomaron un papel activo en la vida política y social del país. Se dedicaron a difundir las ideas revolucionarias, fueron enfermeras, cocineras, espías e incluso algunas llegaron a ocupar puestos de mando, alcanzando grados dentro del escalafón militar, y si ya estaban en el espacio público debían ingresar a áreas de trabajo formales.
“Un grupo de mujeres fue convocado a participar y sus demandas quedaron plasmadas en las propias leyes. Se permitió la igualdad jurídica de las mujeres con los hombres, su reconocimiento para permitir su acceso a áreas de trabajo de la administración pública. Esto es en 1916 y se recogen las demandas para la Constitución de 1923. Aunque es un asomo muy pequeñito es hasta 1930 con la Ley Federal del Trabajo que quedarán acotaciones que hacen referencia de las mujeres en el ámbito laboral, es decir en qué condiciones pueden trabajar y que puestos podrán ocupar”, dijo.
Bonilla Galindo añadió que las mujeres que trabajaron para los ferrocarriles siempre lo hicieron en áreas administrativas, y qué si bien algunas escalaron hasta llegar a ser despachadoras de trenes o jefas de estación, nadie realizó trabajos de fuerza pesada como lo hacían los hombres, además de que los mayores rangos y salarios para las mujeres que trabajaban en Ferrocarriles Nacionales de México se dieron en el área de la salud, en dónde llegaron a ser directoras de hospitales.
Feminismo ferrocarrilero: Tacos, tamales, café de olla, las pregoneras en los andenes de las estaciones.
¿Quiere chiles rellenos, taquitos dorados? ¿Quiere café, té de canela, tamales? Así gritaban las mujeres que corrían con sus canastas ofreciendo antojitos de la región en los andenes de las estaciones de tren, otras más osadas se subían a los ferrocarriles y recorrían varios municipios hasta terminar sus productos.
El testimonio vivo de estas pregoneras lo podemos ver en el documental “Esperanza, las vendedoras del tren” que rescata las memorias de un grupo de mujeres dedicadas a la venta de comida en una estación de la antigua ruta del Ferrocarril Mexicano, ubicada en el municipio de Esperanza, Puebla.
En Atlixco, hasta principios del siglo XXI, algunas mujeres vendían comida en las antiguas bancas de cemento de la antigua estación del ferrocarril de ese municipio, espacio que hace una década se rehabilitó por el gobierno municipal. Se edificaron locales donde las nietas de las pregoneras continúan vendiendo tacos y huaxmole de res desde las 7 de la mañana hasta el mediodía, como lo hacían en el pasado.
Al respecto, la jefa del departamento de la Fototeca del Centro de Documentación e Investigación Ferroviarias (CEDIF) del Centro Nacional para la Preservación del Patrimonio Cultural Ferrocarrilero (CNPPCF), Covadonga Vélez Rocha, resaltó la fortaleza física y destreza que tenían las mujeres que vendían comida en el ferrocarril, debido a que algunas caminaban kilómetros para llegar a las estaciones del tren, mientras que otras se subían a los vagones con enormes canastas que llegaban a pesar hasta 10 kilos.
“Era todo un proceso desde las compras un día antes y la preparación de los alimentos por la madrugada para llevarlos calientes en las canastas que recubrían de papel estraza y de servilletas de tela. Quienes vivían cerca de la estación que bien, las que no era muy difícil porque además de las canastas llevaban ollas con café, té o pulque. Si había sol que bueno, pero si había lluvia debían taparse ellas y la canasta. El documental Esperanza: las vendedoras del tren, es un testimonio vivo de lo que pasaron para poder ofrecer su comida regional”, dijo la investigadora.
Vélez Rocha señaló que había mujeres que llegaban a caminar hasta cuatro horas desde la localidad de San Francisco Piletas, situada en el municipio de Palmar de Bravo, para llegar a la estación del tren de Esperanza.
Las mujeres de esa comunidad vendían pulque de tlachique que llevaban en una olla de barro, o bien, en botellas de licor que compraban vacías en las cantinas. Además, vendían gorditas en forma de triángulo rellenas de garbanzos, de habas o de frijoles, con hojas de aguacate y chile serrano, que ellas molían en el metate y eran cocidas en comal de barro sobre el tlecuile.
“Estas mujeres caminaban esas largas distancias descalzas y son un testimonio de lo que una mujer puede hacer para llevar el sustento para sus hijos. A los pequeños nos los llevaban con ellas hasta que cumplían ocho o 10 años, pero iban de apoyo para poder cargar las ollas de bebidas”, dijo.
La investigadora recordó a una mujer que todos en la estación de Tezonapa, Veracruz, la conocían como “La Güera”. Esta pregonera llevaba a sus dos hijas como ayuda para que se quedaran con una canasta para vender en la estación del tren, mientras ella se subía al ferrocarril y se iba hasta Córdova vendiendo en el pasillo de la locomotora en movimiento.
“Estas mujeres, además de fuertes, tenían una enorme destreza para colocar en trozos de papel estraza tacos, enchiladas y memelas con salsa, además de servir bebidas. “La Güera”, a quien conocí, murió en un choque de trenes justo sirviendo comida”, así concluyó la investigadora su remembranza sin descartar que otras vendedoras de tren hayan muerto en iguales circunstancias.
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