Pocos objetos representan tan bien la alegría mexicana como una piñata. Colorida, festiva y rodeada de música, risas y dulces volando por los aires, la piñata es una tradición que parece haber nacido aquí… pero su historia comienza muy lejos, en la antigua China. Sí, así como lo lees: la piñata emprendió un viaje extraordinario antes de convertirse en un símbolo inseparable de las posadas y celebraciones en México.

Hace más de mil años, en China se elaboraban figuras de animales hechas con papel de colores para celebrar el Año Nuevo. Estas primeras “piñatas” no se rompían por diversión, sino como un ritual para atraer la buena fortuna. Después de quebrarlas, sus restos se quemaban para alejar las malas energías. Con el paso del tiempo, comerciantes y exploradores llevaron esta tradición a otras regiones, hasta llegar a Europa.

Fue en Italia donde la piñata adoptó su nombre. La palabra viene de pignatta, que significa “olla frágil”, y se usaba durante celebraciones de Cuaresma. Los italianos decoraban ollas de barro y las llenaban de pequeños regalos. La costumbre viajó a España, donde los misioneros la transformaron en una herramienta religiosa que asociaba el romper la piñata con vencer el pecado mediante la fe.

Cuando los españoles llegaron a América en el siglo XVI, trajeron esta tradición consigo. Aquí encontraron un terreno fértil, porque en México ya existían prácticas similares. Durante las fiestas aztecas dedicadas a Huitzilopochtli, se rompían ollas de barro decoradas y llenas de ofrendas como parte de los rituales de celebración. Así que, al mezclarse ambas tradiciones, surgió algo completamente nuevo y profundamente mexicano.

El punto clave en esta transformación fue Acolman, en el Estado de México, donde los frailes agustinos establecieron las primeras “Misas de Aguinaldo”, el antecedente directo de nuestras posadas. Allí, la piñata adquirió su forma más emblemática: la estrella de siete picos. Cada pico representaba un pecado capital; romperla con los ojos vendados simbolizaba la lucha contra las tentaciones; y el palo, la fuerza de la fe. Y claro, los dulces eran la recompensa a la perseverancia.

Con el tiempo, la piñata se desprendió de su significado religioso y se volvió parte esencial de la cultura festiva mexicana. Artesanos de varias regiones empezaron a elaborarlas con papel, cartón, barro y una explosión de colores. Desde estrellas tradicionales hasta figuras de animales, personajes y diseños gigantes, las piñatas se convirtieron en obras de arte populares que alegran cumpleaños, ferias y posadas por igual.

Hoy, la piñata mexicana ha dado la vuelta al mundo. Se usa en celebraciones en Estados Unidos, Europa y América Latina, y es reconocida como un símbolo de alegría, comunidad y creatividad mexicana. Su historia es una mezcla perfecta de viajes, encuentros culturales y reinvención.

Así que la próxima vez que veas una piñata colgando lista para la fiesta, recuerda que no solo es un adorno colorido: es una tradición que cruzó continentes, sobrevivió siglos y encontró en México su verdadero hogar. Porque pocas cosas representan tan bien nuestra forma de celebrar como ese momento mágico en que, entre risas y música, una piñata se rompe y deja caer una lluvia de dulces, alegría y tradición.

Foto: Especial

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