«Queremos trabajar de lo que sea», dicen centroamericanos que viajan a Estados Unidos en la Caravana Migrante.


Entre los 450 hondureños que pasaron la noche del sábado en el Polideportivo Xonaca de Puebla como parte de la Caravana Migrante, la visión es la misma: llegar a Estados Unidos y trabajar, no importa de qué, siempre que se pueda encontrar la vida que no pudieron darle a su familia en su propia tierra, a causa de la crisis económica, la delincuencia y la corrupción de sus autoridades.

Abandonaron su país desde mediados de octubre y a casi un mes y muchos kilómetros de distancia, finalmente lograron llegar a Puebla capital, una ciudad que se encuentra a cerca de dos horas de distancia de la capital del país en automóvil.

Muchos lo hicieron a pie y otros tantos, aprovecharon la buena voluntad de los mexicanos para recibir un aventón y llegar hasta este punto en el área de carga de un tráiler, de una camioneta de redilas, de un coche o hasta de una madrina que en el momento de encontrarla, no va cargada de automóviles.

Ya en el albergue, desde hombres y mujeres solos hasta familias completas, aprovecharon los apoyos del gobierno y la sociedad civil. Comida, atención sicológica, consultas médicas, artículos de higiene personal colchonetas y cobertores, estaban listos para ser utilizados mientras había luz de día para avanzar hacia la Ciudad de México.

Para las siete de la mañana, los rayos del sol ya entraban por las ventanas del Polideportivo y los primeros migrantes se levantaron como impulsados por un resorte.

«¡Vámonos, ya arriba, que se se nos hace tarde!». El resto hizo caso y comenzó a alistarse. El gobierno, mientras tanto, les dio oportunidad de llevarse las colchonetas, que pasaron a ser parte del poco patrimonio con el que atravesarán el resto del país. Ya preparado, el contingente caminó sobre el bulevar Xonaca y tomó rumbo hacia la parroquia de La Asunción, en la junta auxiliar de La Libertad, donde se encontraría con el grupo de guatemaltecos que pernoctó en ese albergue y avanzarían hacia la autopista México-Puebla.

Entre ellos, avanza Anuar Lemuz, de 20 años de edad, quien apresura el paso para que el grupo más voluminoso no lo deje atrás.

Ante el peso de lo que carga en la espalda, echa el cuerpo hacia adelante y no aparta sus ojos verdes del suelo, mientras cuenta que en Honduras trabajaba como ayudante de albañil; pero el sueldo que percibía no le alcanzaba para comer y por eso, dejó a sus padres atrás en la búsqueda del «sueño americano».

A unos pasos de distancia, también camina Yahir. Tiene 16 años de edad y junto a su madre y tres hermanos, decidió dejar su puesto de venta de celulares, porque asegura que los trabajadores del gobierno solían llegar y arrebatarle toda su mercancía, sin mayor explicación. Señala que viajan con miedo ante la inseguridad que han escuchado de México por el crimen organizado, pero lo prefieren ante la crisis que vive su propia nación.

Más rezagado, Jefrey Cárcamo, su esposa y sus dos pequeños hacen lo posible para no despegarse y perderse en las calles del centro histórico. Él tiene 31 años de edad y pese a tener una carrera que le permitía trabajar en la instalación de redes de internet, decidió migrar.

La última vez que trabajó fue hace dos meses pero sostiene que el sueldo pagado no le permitía mantener a su familia y ahora, cuida que su esposa y sus hijos no se enfermen ni queden sin comer, mientras se lanzan a la travesía.

Todos ellos tienen algo más en común: mientras pasan por las calles de Puebla y toman camino a su destino, reciben desde una sonrisa, palabras de ánimo, monedas, comida y hasta ropa de los poblanos, que se detienen a darles de lo que traen con ellos con tal de ayudarles, y así lo han tomado y se han dicho agradecidos porque, aseguraron, en este estado fueron bien tratados.

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