También sobrevivió a la fiebre española y conoció al gobernador más sangriento de Puebla.
Desde el fin de la Revolución Mexicana, pasando por la Segunda Guerra Mundial y sobreviviendo a los terremotos de 1985, 1999 y 2017, los ojos de Ana María de Jesús Vázquez Escamilla, han atestiguado una serie de historias que enarbolan su siglo de vida en Puebla, donde hoy enfrenta la pandemia del COVID-19 que ha provocado la muerte de más de 10 mil poblanos en solo 12 meses.
Con las arrugas de cien años que dibujan su rostro, esta abuelita que radica en la Ciudad de Puebla, nacida en la Ciudad de México en 1921, ha visto pasar a nueve Papas y caer a presidentes y gobernantes de diversos partidos políticos, tanto nacionales como extranjeros. Sintió la emoción de ver al primer hombre que pisó la luna y la triste noticia sobre la masacre de jóvenes en Tlatelolco en 1968.
Con tres hijos, uno fallecido, seis nietos y ocho bisnietos, esta sobreviviente a la fiebre española registrada entre 1918-1920, afirmó que no le teme al COVID-19, pues ya vivió 100 años. No obstante dice que sí teme a la muerte porque sabe que no volverá a ver a su familia.
Un poco nerviosa por las preguntas de este reportero, Anis, como le dicen de cariño, afirmó que se vacunará cuando el biológico llegue a la ciudad, pues extraña su libertad y deja en claro que lo primero que hará cuando salga, será comer un coctel de camarón con una coca cola bien fría.
“Cuando digan que salimos, pues hay que hacerlo con precaución. El otro día me dolía la garganta y pensé que era el final, así pasé la noche, entonces desperté y medio mucho gusto seguir acá”.
Como si estuviera en una clase de historia, pues fue maestra de kínder por medio siglo, contó que a los 7 años recibió la mala noticia sobre la muerte de su hermana que perdió la vida en manos de la gente de Maximino Ávila Camacho, a quien recuerda como el gobernador más sanguinario de Puebla entre 1937-1941.
Sus historias de niña son el tesoro más preciado que tiene y pese a la edad, las protege con todo su amor, pues recuerda que fue polizonte en trenes, donde su papá era ferrocarrilero y la escondía debajo de los asientos para que estuviera con él en sus viajes por la República Mexicana.
Lo curioso de su infancia, dice, es que ya estaba trazado su destino con su esposo Manuel Castillo González, pues de pequeños vivieron en una vecindad, aunque por azares del destino se separaron y otra vez encontraron en 1944, cuando se casaron para tener un matrimonio por 37 años, aunque hoy lleva 40 años sin ver el rostro de quien “fue el amor de su vida”.
En sus 36 mil 500 días de vida, calificó como necia a la población que no acata las medidas sanitarias en contra del COVID-19, pues en su caso, afirmó, no ha salido de su casa en los últimos 12 meses y cuando lo hace, es para sus chequeos médicos o visitas con familiares que en todo momento usan cubre bocas y caretas para protegerla de este enemigo invisible.
“Que tonteras hacen, sabiendo que saliendo se puede morir, ellos mismos buscan su muerte, es preferible quedarse en su casa y no vivir con miedo por esta enfermedad. Yo quiero hacer más cosas, pero no salgo, la gente sigue haciendo fiestas y si fuera ordenada, otra cosa sería en este momento, yo creo que la pandemia ya se hubiera acabado.