Resalta en esta vida ejemplar, tan llena de amor de Dios y dedicación a los hombres, el apoyo fontal que para él fue la Eucaristía

Hoy han pasado 253 días y restan solo 112 días para concluir este año 2018, la Iglesia Católica celebra a San Agabio de Novara, San Auberto de Avranches, San Eduardo Barlow, San Nemesio de Alejandría, San Nicolás de Tolentino, Santa Pulqueria, San Salvio de Albi y a San Teodardo de Maastricht.

 

San Nicolás de Tolentino

Nació en 1245 en Fermo (Italia). La mayor parte de su vida la pasó en el convento agustino de Tolentino, cerca del lugar donde nació.

El hecho de su nacimiento fue una gracia del Santo Nicolás de Bari a sus padres, Compañón y Amada, que no se resignaban a tener, año tras año, vacío su hogar; de ahí que agradecidos al santo lo nombraran Nicolás.

Recibió las sagradas Órdenes en el año 1269. Aunque predicaba con el ejemplo, las buenas prendas de predicador le llevaron de un lado a otro. Tuvo visión de las almas del Purgatorio que solicitaban sufragios. Guía de almas muy estimado, llamaba al concurrido confesonario «el lecho de los moribundos» y siempre estuvo dispuesto a dar el perdón de los pecados, imponiendo penitencias suaves mientras él se reservaba completarlas después en su cuarto. Dormía en jergón de paja y tenía como cubierta sólo su manto. Flagelaba su carne con ásperos instrumentos, reconociendo sus huellas, después de muerto, los notarios. También, como al Cura de Ars, le maltrató el Demonio muchas veces, apaleándole, causándole heridas y dejándolo finalmente cojo. Lo mejor de las limosnas que recibía lo daba a los pobres. Los últimos años de su vida fueron de mucha enfermedad y aún así, ayudado por un hermano y apoyado en una muleta, curó de su parálisis a un enfermo con una bendición. Durante varios días, un meteoro luminoso que alumbraba a todo Tolentino predijo su muerte… y su gloria en los días últimos de su vida. Una vez muerto, el agua con que lavaron sus manos se conservó limpia y curandera. Célebre fue, más que otros, la resurrección de la joven de Fermo. La reliquia de su brazo ha derramado sangre más de dos docenas de veces.

Resalta en esta vida ejemplar, tan llena de amor de Dios y dedicación a los hombres, el apoyo fontal que para él fue la Eucaristía. Se preparaba para la Misa con el dolor de los pecados y la confesión sacramental incluso diaria. Refieren los testigos tanto religiosos como laicos que no dejó de celebrar la Santa Misa aún con los achaques de la enfermedad, repetidas veces se acercaba apoyado en un bastón y otras, llevado en volandas, a peso.

Confortado con el Viático, murió en el 1305.

 

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