Para reivindicar la muerte de los mártires de Nagrán se enfrentó victoriosamente en batalla a los enemigos de Cristo
Hoy, cuando han transcurrido 135 días y faltan 230 para concluir este 2018, la Iglesia Católica festeja a San Aquileo Taumaturgo, San Caleb, Santa Dympna, Santa Juana de Lestonnac, San Reticio de Autún, San Ruperto de Bingen, San Severino de Septempeda, San Simplicio de Cerdeña, San Torcuato obispo, San Witesindo de Córdoba y Beato Andrés Abellón.
En Etiopía, san Caleb o Elesbaán, rey, para reivindicar la muerte de los mártires de Nagrán se enfrentó victoriosamente en batalla a los enemigos de Cristo y, según se dice, en tiempo del emperador Justino envió a Jerusalén su corona real, viviendo luego como monje en respuesta a un voto que había hecho, hasta que partió al encuentro del Señor.
En casi dos milenios de cristianismo son muchos los casos de soberanos e incluso familias reales enteras que han ascendido a las más altas cotas de santidad; pero entre elllos, los menos conocidos son, indudablemente, los muchos monarcas etiopes, de nombres casi impronunciables para nosotros, venerados como santos locales por la Iglesia copta. Uno de ellos es, precisamente, san Elesbaan, que vivió en el siglo VI, y es conmemorado también por el Martirologio Romano, que inscribe su fiesta el 15 de mayo.
Sus hechos están estrechamente unidos a la muerte de los mártires de Nagrán, ciudad de la Península Arábiga, en el territorio del actual Yemén. Tal zona había sido conquistada por los etiopes a inicios del siglo VI, que se habían ocupado también de la difusión del cristianismo; pero un día el judeo Du Nuwas o Dun’an inició una revuelta que llevó a la muerte del príncipe Aretas, de su mujer, de sus cuatro hijos, y de un centenar de cristianos.
El Patrirca de Alejandría de Egipto escribió a los obispos orientales recomendándoles venerar a las víctimas de la matanza como mártires -que incluso los católicos festejamos-, y, con ayuda del en ese momento emperador Justino, empujó al rey axumita Elesbaan a vengar el asesinato. Esto no resultó del todo mal: reconquistó el Yemén, ajustició a Dun’an y tomó posesión de las principales plazas fuertes. Alban Butler sostenía que «luego de haber dado su escarmiento al tirano gracias a la bendición divina, gestionó su victoria con admirable clemencia y moderación», aunque puesto a la luz de los hechos esa reconstrucción no parece conforme a la realidad: sea en batalla, sea en los sucesivos encuentros con los hebreos, Elsebaan demostró siempre gran ferocidad y crueldad.
La tradición cuenta, sin embargo, que al fin de su vida el monarca quiso abdicar en favor de su hijo, donó su corona a la iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, y transcurrió sus últimos días llevando una vida de eremita ejemplar en la Ciudad Santa. Allí murió hacia el año 555 [o 535, según indican otras fuentes].