Resulta que la aceptación incondicional de las bolsas de algodón puede haber creado un nuevo problema.
Hace poco, Venetia Berry, una artista en Londres, contó las bolsas de algodón gratuitas que había acumulado en su closet. Había al menos 25.
Eran bolsos de la marca de moda ecológica Reformation y bolsos de tiendas de segunda mano y de Soho House, de hoteles boutique en el campo y de tiendas independientes de arte. Tenía dos bolsos de Cubitts, la óptica dirigida a los miléniales, e incluso una de una granja de ajos. “Te los dan sin que puedas elegir”, dijo Berry, de 28 años.
Los bolsos de algodón se han convertido en un medio para que marcas, comercio y supermercados envíen un mensaje de mentalidad de cuidado al planeta, o, al menos, para que muestren que las empresas están conscientes del sobreuso de plástico en los empaques. (Hubo una breve pausa en el uso de bolsos de algodón durante la pandemia, cuando se temía que las bolsas reusables pudieran albergar el virus, pero ahora han vuelto con fuerza).
“Hay una tendencia ahora en Nueva York en la que la gente viste merch: llevan bolsos de tiendas locales de delicatessen, de ferreterías o de su restaurante favorito de carnes”, dijo la diseñadora Rachel Comey. (Ojo a la recreación de “Gossip Girl” como prueba de que es parte de la cultura pop).
Pero ¿son amigables con el planeta? No exactamente. Resulta que la aceptación incondicional de las bolsas de algodón puede haber creado un nuevo problema.
Una bolsa de algodón orgánico debe usarse 20.000 veces para compensar el impacto general de su producción, según un estudio de 2018 del Ministerio de Medio Ambiente y Alimentación de Dinamarca. Eso equivale a usar diariamente una sola bolsa durante 54 años. De acuerdo con esa métrica, si sus 25 bolsas fueran de algodón orgánico, Berry tendría que vivir más de mil años para compensar su arsenal actual.
“Producir algodón gasta tanta agua”, dijo Travis Wagner, profesor de ciencia ambiental en la Universidad de Maine. También se asocia al trabajo forzoso, según se sabe gracias a las revelaciones del tratamiento que se le da a los uigures en Sinkiang, China, que produce el 20 por ciento del algodón mundial que abastece a la mayor parte de las marcas de moda. Y averiguar cómo deshacerse de uno de estos bolsos con poco impacto ambiental no es tan sencillo como muchas personas piensan.
No se puede, por ejemplo, simplemente dejar un bolso en un contenedor de compostaje: Maxine Bédat, directora del New Standard Institute, una organización sin fines de lucro enfocada en la moda y la sustentabilidad dijo que “aún no he encontrado un compostaje municipal que acepte textiles”.
Y solo el 15 por ciento de las 30 millones de toneladas de algodón que se producen al año de hecho llegan a los depósitos textiles.
E incluso cuando un bolso llega a una planta de tratamiento, la mayoría de las tintas empleadas para imprimir los logotipos usan PVC como base y por ende no son reciclables; son “extremadamente difíciles de descomponer químicamente”, dijo Christopher Stanev, cofundador de Evrnu, una firma de reciclaje textil con sede en Seattle. Los patrones impresos deben recortarse de la tela; Stanev calcula que del 10 al 15 por ciento del algodón que recibe Evrnu se desperdicia de este modo.
En ese punto surge el tema de convertir la tela vieja en algo nuevo, un proceso que gasta casi tanta energía como fabricarla la primera vez. “La mayor huella de carbono de los textiles ocurre en la fábrica”, dijo Bédat.
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