Las mujeres no celebramos nada, ni esperamos felicitaciones, mucho menos de autoridades y gobiernos omisos que protege a feminicidas.
El día Internacional de las Mujeres está estrechamente ligado al feminismo y a las feministas, pues fueron ellas y los movimientos quienes impulsaron la conmemoración. El feminismo no es una moda, ni tampoco los niveles de violencias ejercidas en nuestra contra es algo nuevo o de los últimos años; han representado luchas históricas, con logros importantes pero no suficientes para asegurar el pleno desarrollo de todas las mujeres.
Ante ello, las mujeres no celebramos nada, ni esperamos felicitaciones, mucho menos de autoridades y gobiernos omisos que protege a feminicidas, violadores y misóginos; cada año seguimos recordando la dolorosa historia que precede a esta fecha, y cada año nombramos las dolorosas realidades que enfrentamos cotidianamente, mientras las instituciones “refrendan su compromiso con las mujeres”, cosa que difícilmente se ve reflejada en su actuar cotidiana; las declaraciones y acciones machistas y misóginas de funcionarios públicos no paran, expresan su ignorancia, desinterés e impunidad.
Los contextos de violencia feminicida no cambian, porque las prácticas institucionales no cambian; los trámites y la burocracia mantienen y acrecientan las condiciones de riesgo para las mujeres que inician denuncias, no se aplican los mecanismos de protección para prevenir los feminicidios, y cuando éstos suceden, no se investigan con perspectiva de género, no se aplican los protocolos existentes que sólo quedan en papel para cumplir con indicadores de cumplimiento que en nada favorecen para el avance de la garantía de justicia y no repetición.
La violencia mujeres es constante, y las acciones institucionales siguen sin ser claras para prevenir, atender y sancionar las violencias, que parece no comprenden las dinámicas y herramientas del sistema patriarcal, manteniéndolo institucionalizado y reflejándose en la falta de una política de Estado garante de los derechos de todas y todos, sus prioridades siempre resultan otras; mientras presumen ante la Organización de Naciones Unidas una política exterior feminista; con campañas que no abordan la problemática de fondo, que reproducen estereotipos y termina siendo sexistas o hasta clasistas.
Las denuncias públicas han demostrado que en todos los espacios, en todas las edades, están presentes los hombres que deciden mantener la violencia como parte de su identidad; estas denuncias, que señalan las formas en las que los hombres actúan desde la impunidad, porque el mismo sistema lo posibilita, pero que siguen cuestionando por qué no denuncian, cuando en la práctica las autoridades no responde y obstaculizan; incluso, ejercen violencia institucional que también se mantiene impune, porque no hay mecanismos que sancionen a estos servidores públicos y dejen de significar otro riesgo para las mujeres.
Todos los días conocemos de casos de desapariciones, de violencia sexual, de feminicidios y feminicidios en grado de tentativa; escuchamos que en nuestro estado y en todo el país, las mujeres no estamos seguras, se nos discrimina, se nos responsabiliza, nos acosan, nos niegan las posibilidades de contar con trabajos dignos, de acceder a todos los derechos constitucionales, y ya se vive el hartazgo y la desconfianza de promesas elaboradas para campañas.
Nos mueven las luchas de miles de compañeras que todos los días nos encontramos en el camino buscando los mismos objetivos, porque no encontramos respuestas serias de las instituciones; es un trabajo constante en todos los espacios para disminuir las brechas de género y los índices de violencias que, incluso, pasan desapercibidas para las instituciones gubernamentales, incluidas aquellas “autónomas”, que han demostrado servir a los partidos políticos.
Desde la diversidad de vivencias del feminismo, que coloca en lo público y en la exigencia política, las realidades que enfrentamos todas las mujeres, porque no hay una sola forma de ser mujer, porque nos atraviesan contextos que necesitan ser nombrados, saldremos juntas a las calles; las mujeres no somos minoría, somos más de la mitad de la población, con problemáticas basadas en nuestro sexo; hablar de las violencias y desigualdades que enfrentamos obliga a abordarlo desde todos los grupos etarios, por tanto, implica obligaciones de los gobiernos atender conforme a estas realidades.
Existen deudas históricas porque en los puestos de toma de decisión permanecen las posturas machistas, permanecen con desconocimiento sobre sus obligaciones, sobre los contextos que vivimos las mujeres y sobre la aplicación de los más altos estándares para la protección y garantía de nuestros derechos.
Saldremos a la calle con nuestros pañuelos verdes y morados, los cuales tienen sus orígenes desde 1910, el color morado representa el repudio a cualquier tipo de violencia ejercida contra las mujeres, así como a la postura abolicionista a nivel mundial dentro del movimiento feminista como repudio al lobby proxeneta y se ha utilizado como un símbolo de la lucha de las mujeres. Por otro lado, el color verde simboliza la reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, así como expresar una postura política a favor del aborto seguro, legal y gratuito; significa el derecho fundamental de las mujeres para decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad.
Desde nuestras diversas miradas y formas de luchar y resistir, las mujeres nos unimos para visibilizar nuestro rechazo al sistema feminicida, para recodarle a los gobiernos y a los agresores que no tendrán nunca más nuestro silencio, movidas por la rabia de las injusticias patriarcales y dar memoria a las que no están con nosotras.