En el escenario, vestida con una blusa de flores bordadas y una falda negra, la cantante y activista guatemalteca pidió a la masa pensarse como una colectividad. 

Un cartel, dos, cinco, veinte. En todos ellos los rostros de mujeres cuyas ausencias pesan. «Justicia«, claman casi todos. Aunque la tarde y la noche hayan trascurrido en calma, las heridas están ahí y son visibles.

Sara Curruchich, de Guatemala, es la primera de las tres cantantes en enfrentarse a la multitud. Y aunque quienes encabezan las primeras filas son en su mayoría mujeres, el público concentrado la tarde del sábado en la plancha del Zócalo es variado.

En el escenario, vestida con una blusa de flores bordadas y una falda negra, la cantante y activista guatemalteca pidió a la masa pensarse como una colectividad. Al dirigir unas palabras en kakchiquel, su lengua madre, y después repitió en español, para que todos entiendan. La joven pidió a las mujeres seguir en lucha, para librarse de la violencia, para que haya justicia.

Cae el sol y Curruchich termina su presentación. Durante más de una hora las melodías de rock y folk que la guatemalteca interpreta son recibidas serenamente por el público. En la plancha del Zócalo la gente espera, cada vez más impaciente, a la chilena Mon Laferte.

Coronas de flores rojas y pañuelos verdes en el cuello y muñecas son los accesorios más usados por mujeres y hombres. También los hay en morado. E incluso, en algún lugar, un grupo carga con cacerolas y cucharas para hacer ruido, de la misma forma en que los chilenos han manifestado su descontento en las últimas protestas.

Una breve pausa y la rapera Ana Tijoux ya está en el escenario. Con Shock y 1977 las consignas vuelven. «Vivimos un contexto histórico que nos convoca todos los días. Para reunirnos, para reflexionar, para pensar», dice la chilena al público.

A su voz la acompañan una trompeta, un saxofón, una tuba, teclados, batería y guitarra. Más tarde, Tijoux afirma que lo más valioso de la música son sus letras, Y lamenta que a las canciones latinoamericanas se les quiten sus mensajes, su política, «nuestra política».

«¿Nos reconocemos, sí o no?», pregunta la rapera. «Nuestra lucha por la justicia social y la libertad Cuando pedimos no más represión, cuando decimos no más asesinatos…». Y el público responde que sí.

Ana Tijoux sale del escenario con una ovación, que es seguida por el creciente grito: «Mon, Mon, Mon«. Mientras que en el escenario el equipo de técnicos apresura los preparativos para que la célebre cantante pueda salir.A las 8:00 de la noche, en las caras de la gente desaparece el cansancio. Se apagan las luces. Suena una guitarra y le sigue el grito de la multitud que recibe a Mon Laferte.

La chilena saluda y explica que su primera canción es de Violeta Parra. Y comienza su presentación. Para su segunda canción, Mon Laferte continúa con los tonos acústicos, tocando a dos guitarras.

Después, la chilena invita al Coro del Palomar, conformado por mujeres músicas, al escenario. Mon Laferte, cuenta, las invitó para darles espacio y les pidió que escribieran una canción, misma que ellas dedican a las mexicanas.

«Quiero pedir no un minuto, el tiempo que queramos. Para gritar, porque ya hemos estado mucho tiempo calladas. Y quiero que gritemos por todas nuestras hermanas, nuestras compañeras desaparecidas, violentadas, para que nos escuche el presidente», exclama la cantante al término de su interpretación.

Niñas, jóvenes, mujeres víctimas de feminicidios. Los rostros de aquellas que han perdido la vida a causa del odio, aparecen en la pantalla al fondo del escenario.

El Zócalo se va llenando al grito de «Ni una más» hasta que la consigna cubre toda la plancha. Después el silencio. Y tras un rato, Mon Laferte abandona la solemnidad para dar a su público toda la energía de su música, que a partir de este momento no pierde el tono festivo.

El concierto forma parte del Festival Tiempo de Mujeres, cuyas actividades continúan hasta el 15 de marzo en toda la Ciudad de México.

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