Teresa Petra de los Santos García y su hermana Julia, se dedicaron a preparar tortillas de maíz criollo, a mano limpia. Aprendieron mirando a su madre, solo mirando.
Las mujeres de la familia García de los Santos, en Santa María Coapan, municipio de Tehuacán; diariamente forjan joyas de maíz, tortillas hechas en el calor del fogón y el vaivén de ágiles manos que hacen perdurar la memoria ancestral de su pueblo.
Son abuelas, madres, hermanas, hijas y nietas. Todas dedican su tiempo a la preparación y venta de tortillas. Por generaciones enteras han aprendido y perfeccionado este negocio en una comunidad en la que su economía depende, principalmente de esta actividad y de la construcción.
Desde los veinte años Teresa Petra de los Santos García y su hermana Julia, dos años menor que ella, se dedicaron a preparar tortillas de maíz criollo, a mano limpia: en el metate, sobre un comal de barro y con leña. Aprendieron mirando a su madre, solo mirando.
De ofrecer sus productos en el mercado y casa por casa, Teresa comenzó en 1957 a repartir tortillas en la Cafetería Peñafiel, pronto los dueños (la familia García Canán) abrieron otros tres negocios. Teresa surtía a todos ellos por 20 centavos la media docena.
Descalza y sorteando la tierra caliente. Teresa hizo cientos, miles de entregas. Su tenate, siempre lleno, albergaba aproximadamente 3 mil piezas. El regreso tampoco era fácil, ya que adquirían hasta 20 kilogramos de granos para continuar con su producción diaria.
Al menos seis de los 11 hijos que Teresa procreó con Franco David García aprendieron los secretos para confeccionar el producto madre de la gastronomía nacional. Mirar y emprender fue nuevamente la clave, ya que estrictamente no existió un proceso de enseñanza, asegura su hija Aurelia Gertrudis.
En la década de los 80, Teresa decidió heredarle las prósperas ventas a Aurelia. Así, con 22 años y recién casada, tomó las riendas de un negocio demandante, que le exigía despertar a las dos de la mañana para moler el maíz nixtamalizado y cocinar la masa. Al igual que su madre, todos los días caminaba más de siete kilómetros para surtir a sus clientes desde las seis de la mañana.
Las enseñanzas de su padre, afirma Aurelia, también marcaron su rumbo y la concepción del trabajo en pareja: «Como decía mi papá ‘nunca confíen en que les van a estar dando dinero. Deben tener lo propio’. Debe ser lo que yo trabajo y lo que tú trabajas. Nos ayudamos».
Esta familia posee tres de los 28 molinos que existen en esta comunidad, de aproximadamente 15 mil habitantes. Diversificaron sus negocios y la venta de comida y una tienda forman parte de su patrimonio. Hoy la entrega de tortillas está en manos de Guadalupe Cortés Marcos, esposa de Damid Amador, hermano de Aurelia.
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