Una respuesta obvia es el estrés. Desde las pesadillas inducidas por la COVID hasta el “doomsurfing” o la “coronafobia”
“¿Cómo está tu clínica dental?”, me preguntó una amiga, con el ceño fruncido y un gesto de preocupación evidente en su rostro.
Últimamente, he visto mucho esa mirada. Desde el comienzo de la pandemia, con el confinamiento de la ciudad y las medidas de distanciamiento social firmemente arraigadas, varios amigos y familiares han asumido que debo estar al borde del cierre. Pero les hice saber que estoy más ocupada que nunca.
“¿En serio?”, preguntó. “¿Cómo es posible?”.
“He visto más fracturas de dientes en las últimas seis semanas que en los últimos seis años”, le expliqué.
A mediados de marzo cerré mi consultorio del centro de Manhattan y no atendí nada que no fuera una emergencia dental, de acuerdo con las directrices de la Asociación Dental Americana y el mandato del gobierno estatal. Casi de inmediato, noté un aumento en las llamadas telefónicas: dolor de mandíbula, sensibilidad dental, dolor en las mejillas y migrañas. A la mayoría de esos pacientes los traté eficazmente a través de la telemedicina.
Pero cuando reabrí mi consulta, a inicios de junio, las fracturas comenzaron a aparecer: al menos una al día, todos los días que he estado en el consultorio. En promedio, veo de tres a cuatro; los días malos son más de seis fracturas.
¿Qué ocurre?
Una respuesta obvia es el estrés. Desde las pesadillas inducidas por la COVID hasta el “doomsurfing” o la “coronafobia”, no es un secreto que la ansiedad relacionada con la pandemia ha afectado nuestra salud mental colectiva. Ese estrés, a su vez, lleva a apretar y rechinar los dientes, lo que puede dañarlos.
Pero más específicamente, el aumento que estoy viendo en el traumatismo dental puede ser el resultado de dos factores adicionales.
Primero, un número sin precedentes de estadounidenses comenzaron a trabajar desde casa, a menudo en cualquier lugar donde puedan improvisar una estación de trabajo: en el sofá, encaramados en un taburete, escondidos en una esquina de la barra de la cocina. Las incómodas posiciones corporales que se producen pueden hacer que encorven los hombros hacia adelante, curvando la columna vertebral en algo parecido a una C.