En la sociedad se sigue minimizando el hecho de padecer un desorden mental, porque este abuso genera la falsa idea de que se trata de algo superficial y pasajero.

A partir de una una imagen que encontré en internet, me puse a reflexionar sobre el poco entendimiento que tenemos sobre los desórdenes mentales, la falta de empatía, la discriminación, pero sobre todo el uso tan superficial, que tenemos sobre los términos que las definen. Cuando prestas atención al entorno, te topas constantemente con términos alusivos a desórdenes mentales que se usan indiscriminadamente como adjetivos. Esto influye en que se siga minimizando el hecho de padecer un desorden mental, porque este abuso genera la falsa idea de que se trata de algo superficial y pasajero.

Es muy común que a través de las redes sociales o en nuestro entorno escuchemos cosas como «Hoy me siento deprimido porque está nublado», «Soy un poco TOC con el orden, me gusta que todo se vea arreglado» Soy muy ansiosa. Hoy desperté bipolar. Tuve un ataque de pánico cuando no encontraba mi celular. Me pongo psicópata cuando me enojo. Estás muy delgada, te ves anoréxica. No escucho, porque mi déficit de atención está al máximo hoy. No recuerdo dónde dejé mis llaves, mi Alzheimer me está atacando hoy. y la lista podría continuar con muchos ejemplos más, pero la constante sigue siendo la misma: la falta de empatía de lo que implica un trastorno mental. Es muy preocupante la percepción tan superficial que tenemos como sociedad, sobre desórdenes tan serios como los antes mencionados, que siguen generando una discriminación implícita a quienes los padecen.

Debemos entender que los desórdenes mentales conllevan un proceso profundamente complicado y en muchos momentos, doloroso para quienes lo padecen y para quienes los cuidan, como en el caso de la demencia y el Alzheimer. Cuando los usamos como adjetivos, les quitamos seriedad, profundidad y nos quedamos con una visión de lo más simplista, que deja fuera, el largo camino que muchas personas tienen que padecer antes de tener un diagnóstico y tratamiento y el inmenso desgaste y sufrimiento de sus cuidadores.

Ya hemos hablado antes en éste mismo espacio, sobre la importancia de la salud mental y los obstáculos a los que se enfrentan las personas a la hora de buscar ayuda por de la falta de comprensión del entorno a pesar de lo comunes que son. De acuerdo con Alfonso Andrés Fernández Medina, científico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en algún momento de su vida, la cuarta parte de la población mundial padecerá un trastorno mental esquizoide, depresión, ansiedad o fobias. Calcula que en México, 15 de cada 100 habitantes sufre depresión, y menciona que la cifra podrá ser mayor porque algunas personas jamás han sido diagnosticadas y viven hasta 15 años sin saber que tienen esta afección, que se manifiesta por un estado anímico de nostalgia profunda. Con estos datos tan alarmantes nos atrevemos a seguir bromeando con esto. La triste respuesta, es sí.

¿Qué podemos hacer al respecto? Informarnos en primer lugar, para saber que no es lo mismo sentirse triste por un evento, que tener un trastorno depresivo que empeora cada día y que puede ser invalidante para quien la padece. Debemos ser conscientes que el TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) puede ser un infierno para quien lo padece, pues consumir? gran parte de sus d?as para generar rituales que le alivien momentáneamente la angustia que siente.

Usemos los términos correctos:

*No me siento deprimido, me siento triste.

*No padezco TOC (Trastorno obsesivo compulsivo), me gusta le orden.

*No soy ansioso, sino impaciente.

*No me pongo psicópata, sino que me enojo (y no me sé controlar).

*No estoy bipolar, sino que estoy cambiante de ánimo (o quizás cayendo en drama).

*No tengo déficit de atención, sino que me distraigo.

*No tengo Alzheimer, ni me está pegando el alemán, sino que olvidó algo.

*No me veo anoréxica, sino que me veo muy delgada.

Los desórdenes mentales no son adjetivos, ni estados emocionales, ni características de personalidad. Son enfermedades que deben ser entendidas, normalizadas y atendidas no sólo por los profesionales de la salud, sino también por una sociedad más empática y humanizada que sirva como contenedora.

Espero que lo anterior les haya sido de interés y que seamos más conscientes de nuestro lenguaje cotidiano para promover una sociedad más incluyente.

¡Hasta pronto! Nos leeremos nuevamente desde el diván.

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