Saben lidiar mucho mejor que nosotros con la recolocación emocional de nuestros seres queridos fallecidos, pues entienden que los lazos no se rompen con la muerte.
Como ya hemos mencionado antes, el duelo es el proceso de adaptación a una nueva etapa de vida y es por lo general largo y doloroso. Es por ello, que resulta común que cuando una familia atraviesa por un suceso así, busquen apartar a los niños para evitarles el sufrimiento pero tal cosa no es posible y puede por el contrario, confundirlos. El niño está de por sí, en una etapa de cambios y continuamente está enfrentándose a duelos, que dependiendo de su edad y del tipo específico, generará diversas reacciones que pueden ir desde cambios de humor, hasta problemas de sueño.
Hoy quiero compartirles parte de lo que aprendo junto al diván, cuando tengo el privilegio de acompañar a alguna familia en su proceso de duelo. El que una familia acuda a terapia para acompañamiento en duelo, generalmente responde a una pérdida compartida, como por ejemplo algún miembro con el que convivían, como abuelos, alguno de los padres o incluso alguno de los hijos. Es común que los adultos no quieran tocar el tema con los niños presentes, pero ellos están conscientes de la pérdida y puede que tengan preguntas al respecto, por lo que se recomienda hablar de los sucedido, sobre todo si el niño es quien pregunta.
En mi experiencia, los niños son sumamente sabios y en una situación como el duelo tienen mucho que enseñarnos, en particular entre los 6 y los 10 años, cuando ya tienen un concepto más claro de la muerte y sus emociones. De ellos podemos aprender cómo soltar, pues entienden mejor que nosotros el dejar ir y no temen expresar sus emociones, ni mostrarse vulnerables. Cuando los veo en comparación con los adultos, me parece frecuentemente que los frágiles somos nosotros, escondidos tras esa falsa “fortaleza”, intentando por todos los medios evitar el dolor y convencidos de que somos el centro del universo, que se empeña en hacernos sufrir, olvidando por completo que la muerte es parte de la vida, es natural y forma parte de un ciclo infinito.
Los niños saben lidiar mucho mejor que nosotros con la recolocación emocional de nuestros seres queridos fallecidos, pues entienden que los lazos no se rompen con la muerte, saben que nuestros seres queridos estarán presentes en nuestros corazones y que estarán vivos a través de los recuerdos, es por ello que no les resulta tan importante ir al cementerio o hablarle a las cenizas pues ellos hablan desde donde sea, porque saben que sus seres queridos los escuchan desde el corazón.
Los niños me han enseñado que el llanto sirve para lavar el alma, pero que cuando es demasiado te puedes llegar a oxidar. Sin embargo son sumamente tolerantes con nosotros los adultos, que insistimos en llorar a solas para “que no se den cuenta” y ellos entran al juego, fingiendo que no lo notan, pero solo están dando tiempo y después intentarán hacer algo para distraer al adulto en cuestión y ayudarlo a salir de ese dolor que le oculta por momentos, la belleza de la vida.
Los niños entienden de dolor, pero están convencidos de que si no te mueves, el dolor será aún mayor y después te costará más trabajo, por eso ellos continúan moviéndose a pesar del dolor y prefieren continuar con sus actividades, como la escuela, el ballet o el fútbol. No es que no sean conscientes del dolor que embarga a sus padres, sino que es la forma que han aprendido que funciona para recuperarse de un golpe emocional y debiéramos hacerles caso, pues ellos continúan pero se dan tiempo para sentir y extrañar, a diferencia de los adultos que generalmente nos vamos a los extremos: o nos volcamos en actividades para no sentir o nos hundimos en el dolor, sin límites.
Si en vez de tratar de protegerlos del dolor, lo viviéramos a su lado, recordaríamos las valiosas lecciones que alguna vez entendimos y les haríamos sentir que es algo que se enfrentará en equipo, donde todos se apoyarán mutuamente. Tratemos como ellos, de tener equilibrio entre el dolor y la alegría que aún dentro del proceso de duelo, podemos sentir y no nos neguemos a jugar o salir del parque de vez en cuando, aún cuando no tengamos ganas, pues es una forma de reconectar con la vida.
Espero haber podido transmitir un poco de lo que he aprendido del proceso de duelo, visto desde los sabios ojos infantiles y que les sea de utilidad a todos ustedes. Recuerden que esperamos sus comentarios o sugerencias a través de nuestras redes sociales.
¡Hasta pronto! Nos leeremos nuevamente desde el diván