Recordamos también aquellos que nos hirieron de alguna forma, que al no saber manejar sus emociones o sus frustraciones.
El Día del maestro se estableció el 15 de mayo porque coincide con la celebración según el santoral, de San Juan Bautista de La Salle, que fue un sacerdote, teólogo y pedagogo que nació en Reims, Francia el 30 de abril de 1651 y dedicó su vida a la formación de maestros que se encargaban de educar a los niños de escasos recursos y para continuar con tan noble labor, fundó la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, mejor conocidos como los Hermanos de La Salle que siguen su misión hasta nuestros días. En reconocimiento a su obra, en 1950 el Papa Pío XII lo declaró “patrono universal de todos los educadores” y fijó el 15 de mayo como su fiesta y aunque en México la fecha fue elegida por Venustiano Carranza, lo cierto es que es bien merecido el reconocimiento a quienes con vocación y ética, dedican su vida a formar a otros.
No podemos dejar de reconocer en esta guerra que estamos aún librando contra el COVID a un año de haber iniciado, a los maestros que han hecho un gran esfuerzo para enfrentar el gran reto que ha representado el cierre de las escuelas en todos los niveles, que han improvisando la educación a distancia, con todos los pormenores que eso implica en un país con tanta desigualdad como el nuestro. El papel del maestro ha sido fundamental en el confinamiento, pues ha supuesto una dosis de normalidad para los niños que han sido los más afectados al perder sus espacios no sólo de aprendizaje sino de socialización y aunque han salido a la luz algunos casos a través de las redes sociales donde se ha reconocido el enorme esfuerzo y vocación mostrada para tratar de enfrentar las condiciones adversas en que desempeñan su labor, no acabaríamos de agradecer lo que ha supuesto en la vida de los niños que gracias a ellos pudieron no sólo seguir aprendiendo, sino que conservaron sus rutinas y con ello, pudieron enfrentar con un poco de certeza toda esta incertidumbre que vivimos.
De todos los maestros que hemos tenido, tanto de escuela como de vida, hemos aprendido y han moldeado no sólo nuestros conocimientos y comportamientos, sino que también lo han hecho con nuestras almas de una u otra forma. Así como somos capaces de recordar a esos maestros que despertaron nuestra curiosidad, nos inspiraron o lograron transmitir no sólo conocimiento, sino también lecciones de vida, están también aquellos que nos hirieron de alguna forma, que al no saber manejar sus emociones o sus frustraciones.
Ser maestro no es tarea sencilla, pues no se trata sólo de poseer conocimiento, sino que implica tener el enorme compromiso de formar a otro ser humano y eso requiere de mucho talento, sensibilidad, empatía, paciencia y el balance justo entre disciplina y comprensión. Cuando personas así, eligen trasmitir lo que saben, en cualquier área, ya sea académica o no, se convierten en enormes faros de esperanza, que pueden marcar la diferencia en la vida de una persona como la gran Anne Sullivan que supo guiar de manera increíble a Helen Keller o como Aristóteles que formó a Alejandro Magno, quien llegaría a tener el imperio más grande que se ha conocido y como ellos, no acabaría de nombrar a maestros maravillosos que han entendido el sentido de su importante labor y tratan con gran respeto las mentes a su cargo, para sacar lo mejor de ellas, logrando legados maravillosos. En lo personal recuerdo con mucho cariño a todos aquellos maestros dentro y fuera de las aulas, que me transmitieron sus enseñanzas con tanta dedicación y les agradezco infinitamente la manera como me moldearon y siguen haciéndolo.
Capítulo aparte merecen aquellos maestros que con su falta de ética, enorme frustración e incluso envidia hacia sus estudiantes, les arrebatan sueños, los etiquetan, los humillan sin siquiera pensar el enorme impacto que eso tendrá el resto de sus vidas, porque sólo buscan descargar en alguien esos pesados fardos de amargura que cargan, pero a ellos también se les agradece, porque nos señalan el camino por el cual no queremos ir, se convierten en modelos de lo que no queremos ser y muchas veces se convierten incluso en el motor para alejarnos en la dirección contraria, encontrando más adelante en la vida, todo lo que a ellos les faltó. A todos ellos, mi agradecimiento y sobre todo, mi compasión, pues solamente alguien que está muy vacío, puede encontrar placer en dañar a otros, escudándose en su autoridad.
A los maestros de vocación, a esos que improvisaron salones virtuales, a los que se valieron de todo cuanto tuvieron a su alcance para hacer dinámicas las clases en línea, a los que se convirtieron en confidentes, a los que tuvieron que desarrollar habilidades para acercar el conocimiento a través de las distintas plataformas y que se enfrentaron con toda la actitud a ésta difícil situación, todo mi reconocimiento.
Ustedes ¿qué recuerdan de sus maestros? Esperamos sus comentarios a través de nuestras redes sociales.
¡Hasta pronto! Nos leeremos nuevamente desde el diván.