Ser mujer y desempeñar múltiples roles —profesional, madre, hija, amiga, pareja, mentora, cuidadora— es una constante demostración de resiliencia. En un mundo donde la igualdad de género avanza, pero aún encuentra barreras, las mujeres seguimos enfrentando un terreno de juego con reglas que muchas veces no han sido pensadas para nosotras ni para nuestro liderazgo.

Recientemente, leí un estudio de McKinsey & Company que destacaba cómo el 43% de las mujeres en posiciones de liderazgo consideran dejar sus empleos debido a la falta de flexibilidad laboral. Este dato no solo habla de cifras, sino de una realidad: las expectativas sociales y laborales para las mujeres siguen siendo desafiantes. Entre reuniones, reportes, estrategias, metas y el equilibrio de nuestras responsabilidades personales, las mujeres construimos diariamente una narrativa donde la perseverancia es protagonista. Trabajar, liderar, crear y crecer mientras enfrentamos prejuicios y limitaciones culturales requiere de una fortaleza que pocas veces se reconoce de manera explícita.

A menudo se habla del «síndrome de las working moms», mujeres que viven atrapadas entre la presión de desempeñar de manera impecable tanto en el ámbito laboral como en el familiar. Sin embargo, este fenómeno va más allá de la maternidad. Las mujeres, en general, asumimos una carga invisible de trabajo no remunerado que impacta nuestras oportunidades de desarrollo profesional y bienestar personal. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en América Latina, las mujeres dedican entre 6,3 y 29,5 horas semanales más que los hombres a realizar trabajos de cuidado no remunerados. Esto representa un total de 8.417 millones de horas semanales dedicadas al trabajo del cuidado no remunerado por parte de las mujeres en la región.

Estas cifras resaltan la importancia de implementar políticas de flexibilidad laboral que no solo faciliten la conciliación entre la vida profesional y personal, sino que también aseguren condiciones laborales equitativas y de calidad. No se trata solo de las madres trabajadoras, sino de todas aquellas mujeres que, además de su empleo, deben cuidar de familiares, gestionar hogares y sostener redes de apoyo que son fundamentales para el funcionamiento de la sociedad.

A pesar de esto, también es cierto que los múltiples roles que desempeñamos pueden ser una de las mejores escuelas de liderazgo. No existe una guía que nos prepare para resolver crisis a cualquier hora del día o para negociar con la voluntad de acero de un equipo o de un ser querido. Las mujeres aprendemos a gestionar nuestro tiempo de manera eficiente, a priorizar, a ser más empáticas y a desarrollar una inteligencia emocional que transforma nuestra forma de liderar. Estas habilidades, forjadas en la vida personal, se trasladan al ámbito profesional y nos convierten en líderes más humanas, más sensibles y, sobre todo, más conectadas con las necesidades de los demás.

Asimismo, no se trata solo de adaptarse, sino de abrir nuevos caminos. Las mujeres en el mundo laboral están impulsando cambios importantes en la cultura organizacional, abogando por equidad salarial, políticas de flexibilidad laboral, licencias extendidas para el cuidado y ambientes de trabajo más inclusivos. Esta lucha no solo beneficia a un grupo, sino que crea un impacto positivo para todos los colaboradores, ya que fomenta una mayor comprensión de las necesidades humanas detrás de cada empleado.

En este Día Internacional de la Mujer, celebro a todas aquellas que, sin importar las adversidades, siguen avanzando con paso firme. A quienes lideran desde un escritorio, desde un hogar o desde cualquier lugar donde su voz inspire cambios. Porque el liderazgo femenino no tiene un solo rostro ni un único escenario: está presente en cada mujer que decide levantarse y contribuir a construir un mundo más inclusivo y humano.

Contar con una familia, una carrera profesional o ambas no nos excluye del camino; por el contrario, nos impulsa a redefinir nuestras estrategias y seguir avanzando con determinación. Aunque nuestros logros no siempre sean visibles en titulares o celebrados por multitudes, el impacto que generamos es innegable. Cada paso que damos abre puertas para quienes vienen detrás, marcando un camino hacia una mayor equidad y el reconocimiento que merecemos.

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