La zona fue una de las primeras en ser tomadas en cuenta para el proceso de evangelización por los frailes franciscanos
El Cerro del Tepeyac ha sido, desde la época prehispánica, un punto importante en cuanto a peregrinajes. Los pueblos asentados alrededor acudían en grupos numerosos a adorar a la Tonantzin; vocablo náhuatl que significa “nuestra madre venerada”.
La zona fue una de las primeras en ser tomadas en cuenta para el proceso de evangelización, siendo los frailes franciscanos quienes comenzaron la labor en el Tepeyac. Tras 10 años de ardua labor con los indígenas, sucedió en 1531 el “milagro guadalupano”, que transformó la vida de la zona y de todo un país.
A partir de ahí, en 1533 se fundó el pueblo de Guadalupe y se construyó la primera ermita que años después cedió su lugar a un templo más grande.
Hacia 1676, el culto Mariano comenzó a atraer gran cantidad de fieles, quienes llegaban por la antigua calzada que unía al Tepeyac con Tlatelolco, en ese año se construyeron 15 grandes monumentos a lo largo de ella, que representaban los misterios del Rosario. Sin embargo, es el siglo XVIII que el culto guadalupano se desarrolla enormemente.
Una vez consumada la Independencia, la Virgen de Guadalupe se volvió un símbolo más para exaltar la fe del nuevo país y se creó una Orden Imperial de Guadalupe.
Posteriormente, al ser reconocidas las Leyes de Reforma, fue el propio presidente Benito Juárez quien declaró al 12 de diciembre como día de fiesta nacional.
En junio de 1864, Maximiliano y Carlota consideraron pertinente que la primera recepción oficial antes de llegar a la capital del país fuera su visita a la Basílica.
Ya en el Siglo XX, durante el gobierno del presidente Miguel Alemán, se dio pie a la modernización de la calzada de Guadalupe.