Una ceremonia solemne atrajo la mirada de todos los intelectuales de México: la inauguración de la Universidad Nacional de México.
Empezaba el siglo XX, cien años habían transcurrido y México se transformaba día a día, se modernizaba poco a poco, había que demostrar que ya no respondía al estereotipo de país con grupos indígenas reacios al trabajo, de costumbres bárbaras y desprovistos de toda cultura.
Y habría que festejarlo y en grande, fue entonces que el General Porfirio Díaz, presidente de México, organizó las Fiestas del Centenario de la Independencia, durante todo septiembre de 1910 se realizarían desfiles militares, ceremonias patrióticas y bailes populares.
Muchas obras de beneficio social estarían a punto de inaugurarse para inicios de septiembre. El reloj de Pachuca, el mercado Hidalgo en Guanajuato, Palacios Municipales, la Columna de la Independencia, el Hospital de la Castañeda, el edificio de la Escuela Normal para Maestros, el Hemiciclo a Juárez, etc. Mejoras como; alumbrado eléctrico, creación de bibliotecas, parques públicos, kioscos, líneas de tranvías, etc.
Una ceremonia solemne atrajo la mirada de todos los intelectuales de México: la inauguración de la Universidad Nacional de México, hoy Universidad Nacional Autónoma de México, el 22 de septiembre de 1910.
Entre tanta ceremonia y protocolo, algunos detalles podían deslucir el entorno. El diario más influyente del país, El Imparcial, propuso que durante las festividades de septiembre se recogiera a todos los mendigos o niños de la calle, en respuesta se hizo un donativo de 5 mil trajes de color caqui, sombreros, zapatos, dulces, para que los chicos lucieran bien vestidos.
Más allá de sus condiciones de vida, estaba mal vista la vestimenta de los grupos indígenas, para mejorar la imagen se impulsó un acelerado proceso de pantalonización. El gobierno de Díaz repartió gratuitamente 5 mil pantalones entre los indios de la ciudad. Se trataba de que el vestuario indígena no hiriera la sensibilidad civilizada del México moderno que presentaba.