El edificio de la Acordada era uno de los más característicos de la capital novohispana, espacio inaugurado un 14 de febrero de 1781.
En una de las calles frente a lo que ahora es la Alameda Central, en la época de la Nueva España se encontraba La Acordada, una de las cárceles más crueles de México.
Se encontraba en la antigua calle del Calvario, hoy forma parte de Av. Juárez y tenía su fachada hacia el norte de la manzana, limitada por la calle Acordada, hoy Balderas.
El edificio de la Acordada era uno de los más característicos de la capital novohispana, un espacio que fue inaugurado un 14 de febrero de 1781, tenía los patios estrechos y los dormitorios eran tan húmedos y oscuros que podrían haber sido tomados como calabozos.
En cuanto a las condiciones en las que vivían los reos, se cuenta que se les servían los peores alimentos, moraban en las galeras húmedas sin luz ni ventilación y por las noches eran acosados por insectos sin más cama que una miserable, sucia y vieja frazada.
La historia cuenta que durante el Siglo XVIII el país estaba lleno de asaltantes y ladrones de caminos, por lo que el virrey duque de Linares y la Audiencia de México “acordaron”; y de ahí el nombre de La Acordada, reducir el crimen por medios enérgicos y declararon una persecución contra los malhechores.
El alcalde era don Miguel de Velázquez, que era un cruel perseguidor de bandidos, cuya fama de sanguinario todos temían. Era juez y verdugo de los criminales, por lo que fue conocido por su brutalidad por mandarlos directo al patíbulo.
En 1788 un terremoto causó grandes daños a dicha prisión, al grado de que todos creyeron que era un castigo divino, la cárcel fue reducida a escombros, cayeron sus muros y sus rejas, sepultando a muchos infelices. Aunque se reconstruyó la macabra prisión, ya no funcionó igual, sino como una cárcel ordinaria y común.