A veces asustando a los niños, pero alegrando a los papas de los niños, porque con él se podía tener unos vasos y unos platos nuevos.
Quizá también lo conozcas como el ayatero, el trapero o el cambiador.
Ayatero porque guardaba su mercancía o ropa, envuelta en un ayate, uniendo las cuatro puntas, haciéndole un nudo y cargándolo en la espalda.
Trapero porque llevaba trapos y cambiador porque le gustaba hacer o practicar el trueque, cambiar la ropa por utensilios.
Y es heredero del buhonero medieval, en pleno siglo XXI occidental.
Un ropavejero para llamar la atención hacia teñer una campanilla y voceaba una melodía del tipo: “zapatos viejos, ropa usada que vendan”, con algunas variantes, dependiendo la región.
Oficio que se ha ido perdiendo, y que consistía en intercambiar ropa o trapos viejos, por loza, porcelana y productos de vidrio.
Vajillas, ceniceros, utensilios de cocina y uno que otro muñequito de porcelana.
Ropavejeros que caminaban por las calles, cargando historias, llevándose pequeños momentos de un lugar a otro.
A veces asustando a los niños, pero alegrando a los papas de los niños, con él se podía tener unos vasos y unos platos nuevos.
Lo que no te servía o ya no utilizabas, lo cambiabas por lo que ahora sí, te iba a servir.
Siempre estaba uno atento a lo nuevo que traía, y le tenías ya preparado el montón de ropa que se iba a llevar, para hacer el trueque perfecto.