Cierto día, me dispuse a observar a mi papá a la hora de rasurarse, era de mañana, yo sentado frente a él, lo observé, y vi todos los accesorios que ponía en el lavabo del baño, mismos que después utilizaría para aquel ritual que iba preparando.
Agua caliente, navaja, rastrillo, jabón, taza para preparar la espuma, una brocha; con la cual yo después jugaba, y una toalla.
Se dispuso a preparar la espuma, con el jabón y un poco de agua caliente, moviendo ésta, con la brocha que les había contado ya.
De inmediato, se la puso en su barba y cachetes; él me veía, pero no le tomó importancia, siguió rasurándose, viéndose al espejo, no fuera a cortarse y entonces sí, me diría algo, pero afortunadamente no pasó.
No había afeitada perfecta, sino se elegía bien la navaja a utilizar, el rastrillo estaba más que listo para ponerle la navaja de su preferencia, yo recuerdo algunas marcas, porque solía ir a la tienda a comprarlas, cuando papá me lo pedía; “tráeme una perma sharp por favor”.
Él tranquilamente, se rasuraba, hasta chiflaba, la melodía no la sé, era cualquiera, igual y tenía sus propias composiciones, nunca lo supe, pero se oían bien.
Después, se enjuagaba la cara, para posteriormente ponerse la toalla encima de la cara, de la barba, mejor dicho, así se iba quitando el jabón que le restara.
Ya con la barba rasurada, me preguntaba yo, ¿que seguía? Y él, abría un frasco de loción, que supe después era un after shave, algo así como, para después de la afeitada, olía muy fresco, muy rico, hasta se pegaba con sus manos los cachetes para que yo viera y ya después él me la ponía a mí, y eso era lo que me gustaba y por ello me esperaba hasta el final del difícil arte de rasurarse.
Ahora, yo me rasuro de forma diferente, así de rápido, a la hora de bañarme, pero pensando siempre, en aquel ritual, que tanto vi y que disfruté como nunca más volví a verlo.