Si encontrarse frente a decenas de hombres acusados de haberla violado, incluyendo al que fue su marido durante décadas, alteró a Gisèle Pelicot, no se notó. Ella entró el jueves en un juzgado abarrotado con un aplomo férreo, el rostro sereno y los ojos secos bajo sus gafas de sol. Sus hijos adultos la seguían.

Luego subió al estrado y contó al tribunal cómo la vida que había construido durante cinco décadas se había desmoronado una mañana a finales de 2020, cuando la policía la citó en una comisaría del sur de Francia. Allí le dijeron que el hombre al que consideraba el amor de su vida llevaba casi una década drogándola e invitando a extraños a entrar en su casa y violarla con él mientras ella se encontraba inconsciente.

Bajo las normas francesas, Pelicot, de 71 años, podría haber evitado que el juicio se llevara a cabo bajo el ojo público, si hubiera preferido mantenerlo a puerta cerrada. Sin embargo, ella decidió que era importante que toda Francia conociera su historia y que la vergüenza recayera en los acusados, no en ella.

“Para que cuando otras mujeres, si se despiertan sin memoria, puedan recordar el testimonio de Pelicot”, dijo con voz tranquila y controlada. “Ninguna mujer debería sufrir por haber sido drogada y victimizada”.

Y añadió: “Debemos hacer frente a este desastre”.

El juicio en Aviñón, que acaba de empezar y durará cuatro meses, ya ha conmocionado a Francia. Todo en él parece casi demasiado impactante para asimilar: el tiempo que se acusa a Dominique Pelicot de haber estado drogando a su mujer, lo normal y cariñosa que la pareja parecía en su retiro y cuántos hombres están acusados de haberla violado.

Son tantos los hombres procesados que el juzgado tuvo que construir una segunda cabina de vidrio en la sala para los detenidos. Entre ellos hay bomberos, soldados, camioneros, un experto en informática; sus edades oscilan entre los 26 y los 74 años. Muchos mantienen relaciones estables y tienen hijos.

Pelicot se ha declarado culpable de todos los cargos que se le imputan, entre ellos violación con agravantes y drogadicción. También se le acusa de violar la intimidad de su esposa, su hija y sus dos nueras, bajo sospecha de grabar ilegalmente, y en ocasiones distribuir, fotos íntimas de ellas. Si es declarado culpable, enfrentará una pena de hasta 20 años de prisión.

Según su abogada, Béatrice Zavarro, él espera aprovechar el juicio para dar explicaciones a su exmujer y a sus hijos distanciados.

De pie ante un atril, frente a la fila de jueces del juzgado, Gisèle Pelicot en ningún momento desplegó mucha emoción. Se refirió a su exmarido formalmente, como “señor Pelicot”.

Según contó, se enamoraron perdidamente cuando apenas tenían 19 años y no tardaron en casarse. Tuvieron tres hijos y siete nietos. Juntos habían enfrentado algunas enfermedades, problemas económicos e incluso una aventura pasajera o más, pero salieron adelante.

Pelicot dijo al tribunal que había confiado en él incondicionalmente y que tenían lo que ella consideraba una vida sexual normal.

“Creía que éramos una pareja fuerte”, dijo. “Teníamos todo para ser felices”.

Después de que ella se jubiló en 2013, se mudaron de la región de París a Mazan, una pequeña ciudad en el sur de Francia.

Allí, dijo, su marido estuvo a su lado durante una extraña enfermedad no diagnosticada. Ella perdía cabello, bajaba de peso y, lo más preocupante, no tenía recuerdos de algunas noches y días, relató ante el juzgado. A veces, cuando se despertaba por la mañana, no recordaba haberse despedido de sus hijos, haber visto una película o haberse metido en la cama, dijo.

Estos episodios —que describió como “lagunas totales”— la asustaban tanto que había dejado de conducir.

“Estaba convencida de que tenía un principio de alzhéimer o un tumor cerebral”, dijo. También había experimentado problemas ginecológicos.

Su marido la llevaba a las citas con los especialistas. Uno de ellos le hizo una tomografía computarizada del cerebro. Nunca le dieron una explicación satisfactoria.

“No podía imaginar ni por un segundo que me hubieran drogado”, dijo, aunque más tarde recordó que una vez él le dio una cerveza que relucía con un color verde menta antes de tirarla al fregadero. Ahora cree, dijo, que estaba haciendo “pruebas” para drogarla.

La realidad de lo que los fiscales afirman que estaba ocurriendo salió a la luz por casualidad, luego de que Pelicot fuera sorprendido intentando grabar videos bajo las faldas de mujeres en una tienda de comestibles. Ella lo perdonó, considerándolo un desliz inusual en un matrimonio de 50 años.

Fue hasta más tarde que se enteró de que Pelicot ya había sido sorprendido haciendo eso antes, en 2010, y solo le pusieron una multa, dijo la fiscalía. Fue una señal de advertencia que, explicó, ella nunca llegó a ver. Agregó que de haberlo sabido habría estado más alerta.

“Perdí diez años de mi vida”, dijo. “Son años que nunca recuperaré”.

Pelicot se encontraba apartado de los demás acusados, en otra cabina de vidrio, y bajó la mirada durante todo el testimonio de su esposa. Él había conocido a la mayoría de esos hombres en un conocido sitio web francés no moderado implicado en más de 23.000 casos policiales en Francia que fue clausurado en junio.

Él ha dicho a la policía y a través de su abogado que todos los hombres sabían que su esposa había sido sometida con drogas y seguían una serie de reglas que estableció para asegurarse de que no se despertara. También filmó las escenas, almacenando más de 20.000 videos y fotografías digitales que la policía utilizó para localizar a los acusados.

Aunque uno de los abogados de Gisèle Pelicot había dicho antes a The New York Times que la primera vez que vería esos videos sería durante el juicio, ella dijo ante el tribunal que en mayo había reunido fuerzas para ver los videos que se utilizarían como prueba en el juicio. Fue entonces cuando decidió que necesitaba que este fuera público.

La mayoría de los hombres juzgados han sido acusados de violación con “muchas circunstancias agravantes”, incluyendo el uso de drogas para dormirla. Muchos se han declarado inocentes. Algunos dicen que fueron engañados para mantener relaciones sexuales con una mujer drogada, atraídos para participar en un trío amistoso por su marido, quien les dijo que ella fingía dormir porque era tímida.

Ella respondió a esas declaraciones ante el tribunal diciendo: “Sabían exactamente lo que hacían y en qué estado me encontraba”. Señaló que uno de los acusados había sido diagnosticado con VIH, aunque ella más tarde dio negativo.

Describió su habitación como una “cámara de torturas”.

“No sé cómo sobreviví”, dijo. “Me pregunto cómo es que estoy ante ustedes”.

Después de su encuentro con la policía y ver algunas de las impactantes fotos que su marido había guardado, dijo que pensó en suicidarse. Sin embargo, con la ayuda de sus hijos y amigos, empezó a reunir poco a poco los fragmentos de su vida y su identidad rotas. Vendió la mayoría de las cosas de su casa de Mazan y se mudó a otro lugar.

Se divorció de su marido y, aunque sigue usando su apellido de casada durante el juicio, tiene intención de volver a usar su apellido de soltera en cuanto termine, explicó.

Notablemente, no había tenido ni una sola laguna desde el día en que entró en comisaría, dijo.

Aunque parecía fuerte, y se describió a sí misma como una boxeadora que se levanta repetidamente tras ser derribada, también dijo al tribunal: “por dentro, tengo un campo de ruinas”.

“Intentaré reconstruir mi vida”, dijo. “No sé cómo”.

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