Donald Trump fue declarado culpable el jueves de falsificar registros comerciales para encubrir un escándalo sexual que amenazó con afectar su campaña presidencial de 2016, culminando un juicio excepcional que puso a prueba la resistencia del sistema judicial estadounidense y transformó al expresidente en un delincuente.

El veredicto de culpabilidad en Manhattan —en todos los 34 cargos— resonará en toda la nación y el mundo porque marca el comienzo de una nueva era de la política presidencial. Trump llevará la mancha del veredicto durante su tercera contienda a la Casa Blanca, ya que los votantes ahora deberán elegir entre un presidente en funciones impopular y un delincuente convicto.

Aunque antes era impensable que los estadounidenses eligieran a un delincuente como su líder, el comportamiento insurrecto de Trump deleita a sus simpatizantes mientras arrasa con las normas del país. Ahora, el hombre que se negó a aceptar su derrota electoral en 2020 ya está tratando de deslegitimar su condena, intentando afirmar la primacía de su poder político bruto sobre el Estado de derecho de la nación.

Trump mostró poca emoción dentro del juzgado al conocer su destino, cerró los ojos y movió lentamente la cabeza mientras un silencio descendía sobre la sala del tribunal. Pero cuando salió, tenía la mandíbula tensa y se dirigió a las cámaras de televisión congregadas. Declaró que el veredicto era “una desgracia” y, con expresión sombría, proclamó: “El verdadero veredicto se dará el 5 de noviembre, por el pueblo”, refiriéndose al día de las elecciones.

El juez que lideró el caso, Juan Merchan, dictará sentencia contra Trump el 11 de julio, pocos días antes de que se celebre la Convención Nacional Republicana que lo convertirá en el candidato presidencial del partido.

Alvin Bragg, el fiscal que trabajó en el caso, declinó revelar el jueves si pediría una pena de prisión. El juez podría condenar a Trump a un máximo de cuatro años de cárcel, pero el expresidente podría ser condenado a libertad condicional, y es posible que nunca vea el interior de una celda. Su apelación podría prolongarse durante meses, o incluso más tiempo, y estará en libertad haciendo campaña por la presidencia mientras espera su castigo.

Los 12 neoyorquinos que conformaron el jurado necesitaron casi 10 horas para decidir sobre un caso derivado de la primera candidatura de Trump a la Casa Blanca cuando, según los fiscales, cometió un fraude contra el pueblo estadounidense. El caso —aderezado por la intriga de los tabloides, pagos secretos y un pacto de la Oficina Oval que recordó a la era Watergate— evidenció meses de maquinaciones que engendraron un pago de dinero para silenciar a una estrella del cine porno y un complot para falsificar documentos con el fin de sepultar todo rastro de ese acuerdo.

“Culpable”, declaró 34 veces el presidente del jurado, una por cada registro comercial falso, antes de que él y sus compañeros miembros del jurado, cuyos nombres no se hicieron públicos por su seguridad, abandonaran el juzgado del bajo Manhattan.

A lo largo de semanas de testimonios, el jurado conoció a un variado elenco de personajes, entre ellos un maestro de la prensa sensacionalista, una vocera de campaña y la estrella porno Stormy Daniels. Sus testimonios desembocaron en un enfrentamiento épico entre los hombres que están en el centro del caso: Trump, un magnate inmobiliario convertido en empresario de la telerrealidad que exportó sus instintos de retórica agresiva a la política presidencial, y el testigo estrella en su contra, Michael Cohen, el otrora hombre de confianza que dejó de serle leal al exmandatario.

En los últimos días de la campaña de 2016, Cohen le pagó a Daniels 130.000 dólares para silenciar su historia de un encuentro sexual con Trump, quien luego acordó “manipular los libros” para rembolsar el monto a su hombre de confianza, según dijeron los fiscales. Los abogados defensores atacaron la credibilidad de Cohen —señalaron que en una ocasión se declaró culpable de mentir— y argumentaron que Trump nunca había falsificado ningún registro.

Pero en los argumentos finales, un fiscal señaló que Cohen había dicho sus mentiras por Trump. “Nosotros no elegimos a Michael Cohen para que sea nuestro testigo; no lo recogimos en la tienda de testigos”, afirmó el fiscal, Joshua Steinglass, quien agregó que el expresidente contrató a Cohen “porque estaba dispuesto a mentir y engañar en nombre de Trump”.

Trump, quien violó en repetidas oportunidades la orden de un juez que le prohibía atacar a Cohen y al jurado, asistió a todos los días del juicio en un juzgado que hace tiempo que perdió su majestuosidad, un armatoste decadente con paneles de madera agrietados e iluminación fluorescente amarillenta que se adaptaba muy bien a los elementos más sórdidos del caso. Allí, en el centro de un sistema judicial municipal que da cabida a todo tipo de caos, el expresidente frunció el ceño, murmuró y a menudo cerró los ojos, pasando gran parte del juicio en estado de meditación o aparentemente dormido.

Trump todavía se enfrenta a otras tres acusaciones formales en tres estados, pero como esos casos han sido retrasados, es muy probable que este haya sido su único juicio antes del día de las elecciones. Las otras acusaciones se refieren a temas más graves —Trump está acusado de mal manejo de documentos clasificados en Florida y de conspirar para subvertir la democracia en Washington y Georgia—, pero este juicio surgió del ambiente sórdido que le había hecho famoso como personaje fijo de las páginas de cotilleo de Nueva York.

(THE NEW YORK TIMES)

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