La historia de Héroes del Silencio está llena de retos cumplidos y de afrentas pendientes.
Ocurrió en una habitación de un hotel de Tijuana (México). Enrique Bunbury convocó a sus tres compañeros de Héroes del Silencio por sorpresa. Cuando todos estaban sentados, se puso en pie y sacó dos folios escritos por las dos caras y comenzó a leer. Eran 26 enunciados, una severa hoja de ruta sobre cómo debía ser el rumbo de la banda desde ese momento. El lenguaje era imperativo, introducido con “a partir de ahora” o “debemos”. No habría guitarras eléctricas, las canciones serían cortas, era obligatorio investigar con las nuevas tecnologías… Juan Valdivia, el guitarrista, se levantó y se marchó. Ese fue el final de Héroes del Silencio, el 10 de febrero de 1996.¿El problema? Quedaban ocho meses de gira, 92 conciertos, una tortuosa coda que desmoronó anímicamente al cuarteto.
Héroes del Silencio nunca fue una banda convencional. Ni en la gloria ni en la agonía. “Una de las cosas que exigió Enrique en esa reunión fue que debíamos mentir a la prensa. Aquel escrito yo lo llamo dictadura”, dice Valdivia desde su casa de Zaragoza en conversación telefónica. El guitarrista de Héroes del Silencio, el arquitecto musical que hilvanó himnos como Entre dos tierras, Maldito duende o La sirena varada no es muy dado a ofrecer entrevistas. Se ha prestado a esta para apoyar el libro Héroes de leyenda (Penguin Random House, a la venta el 15 de abril), la historia del grupo documentada por Antonio Cardiel (Zaragoza, 58 años), escritor y hermano del bajista de la banda, Joaquín Cardiel (Zaragoza, 55 años). Este lanzamiento es parte de un mes de celebración de la personal música de la banda zaragozana, cuando se cumplen 25 años de su abrupta disolución (con el paréntesis de los 10 conciertos de 2007). También se estrena un documental en Netflix (23 de abril), Héroes: Silencio y rock & roll, dirigido por Alexis Morante, y su correspondiente banda sonora.
Valdivia (Segovia, 55 años) ya no puede tocar la guitarra con aspiración profesional. Sufre distonía focal en una mano, una patología poco frecuente que irrumpió en los últimos meses de carrera del grupo y que produce una contracción muscular que le impide aplicarse en el instrumento. El músico ha pasado por el quirófano en varias ocasiones, pero ya ha tirado la toalla. “Cuando acabó Héroes dejé de tocar y me puse a estudiar piano. Saqué el grado elemental y el medio. Estuve 12 años. Luego trabajé mucho para la gira de 2007. Un año y medio o así. Me llevé a mi hermano [también guitarrista] a esos conciertos porque no volví a estar al 100%. Ya no toco la guitarra. Ahora utilizo el piano para componer, aunque no voy a editar nada”, relata.
En Héroes de leyenda se narra la soledad de Valdivia en los estertores del grupo: sus compañeros no fueron lo suficientemente empáticos ante sus dolencias. “Se sintió incomprendido y sufrió mucho”, apunta el autor. En el libro solo falta el testimonio de Bunbury (una ausencia cubierta con hemeroteca). El cantante (Zaragoza, 53 años) se descolgó a última hora después de dar el sí. “Dijo que le importaba poco un libro sobre Héroes. Hace unas semanas le comenté por correo que le quería enviar un ejemplar y me contestó que encantado”, apunta sin acritud (“siempre tuvimos un trato cordial”) el autor. Este periódico ha intentado ponerse en contacto con Bunbury sin éxito.
Cardiel cuenta durante 500 páginas la gestación, la gloria y la decadencia de Héroes del Silencio. Con información privilegiada. “Me ha llevado tres años. Además de muchas horas de entrevistas con los tres héroes [el guitarrista Juan Valdivia, el batería Pedro Andreu y el bajista Joaquín Cardiel] cuento mi propia experiencia. Yo era el hermano del bajista. Compartí muchos momentos con ellos, estuve en los camerinos, salimos de copas…”.
La historia de Héroes del Silencio está llena de retos cumplidos y de afrentas pendientes. Cuatro chavales de Zaragoza con una determinación innegociable por dedicarse a la música. “Es cierto que desde el principio fueron arrogantes. En la primera entrevista que les hicieron en el Heraldo de Aragón ya hablaban sobre que se habían juntado los mejores de la ciudad, que harían la mejor música, que se comerían el mundo… Esto en Zaragoza sentó mal. Pero se cumplió su predicción”, señala el autor. El batería Pedro Andreu (Zaragoza, 55 años) desglosa, por teléfono desde Zaragoza, la filosofía de los inicios: “Éramos una banda muy unida. No se podía entrar ahí. No admitíamos injerencias ni a nadie que nos sugiriera cosas. Y eso nos hacía muy fuertes a la hora de acertar y, probablemente, a la hora de equivocarnos”.
Héroes del Silencio tienen un lugar de honor en la música española. Su propuesta era rompedora e imponente. “Hay que destacar los arpegios de Juan, que son sorprendentes, y la capacidad de Enrique para hacer letras, que eran muy distintas a las de la época. Todo el mundo cantaba a la diversión, y lo de Enrique eran tratados filosóficos. También fue importante su voz y su actitud. Y Pedro y Joaquín son buenos instrumentistas. Armaron un grupo original y valioso. Y tenían una imagen potente. Encima, salen a comerse el mundo. Una buena mezcla de ambición, talento, imagen y determinación”, relata el autor de Héroes de leyenda.
Eran tan intimidantes y petulantes que la prensa independiente se puso pronto en guardia. Hubo mala baba hacia ellos. No por parte del medio más potente, Los 40 Principales, que les apoyó. “Algunos críticos decían que éramos un grupo enfocado a chicas adolescentes, una banda prefabricada; mientras, estábamos tocando con Robert Plant o Iron Maiden y haciendo giras por Alemania. Recuerdo a algún periodista que luego se retractó”, recuerda por teléfono el bajista, Joaquín Cardiel.
Se aferraron a la génesis del rock. Actitud, distinción. La voz engolada de Bunbury, para algunos insufrible, para otros el no va más. Sus ejemplos eran Jim Morrison, David Bowie, U2, The Cure, Guns N’ Roses… No querían ser identificados como gente de la calle. Eran estrellas. A la vez, conservan maneras de amigos del barrio: deciden, en un acto inusual de generosidad en bandas de rock, firmar siempre las canciones entre los cuatro, cuando son Bunbury y Valdivia los que más aportan. Desplegaron un espíritu mochilero inédito en España. Salieron a Europa y la conquistaron. Sobre todo Alemania. Tocar, tocar y tocar. Una convivencia que se fue agriando desde el tercer disco (editaron cuatro en sus 12 años de carrera), el ambicioso doble El espíritu del vino (1993). El choque frontal fue entre Bunbury y Valdivia. El cantante ejerce de controlador; el guitarrista se resiste. Enrique es impulsivo, Juan tiende a la introspección. Los otros dos miembros tratan de conciliar. “La banda es imprescindible, los egos no”, señala Andreu.
El tramo final de la banda es traumático. Desde aquella reunión de Tijuana el buque navega sin nadie al mando. Además, el ecosistema no es cómodo: la compañía exige potenciales singles y el grupo prescinde del representante (un Pito Cubillas enganchado a la heroína, como revela Héroe de leyenda) tras una auditoria que desvela fugas. “Tuve que aguantar ocho meses cuando estaba hasta los huevos de la banda”, sentenció Bunbury, que aprovechaba la gira del 96 para hacer paradas en estudios de grabación y dar forma a su primer disco en solitario, Radical sonora (1997). Paralelamente, negocia su contrato como solista con EMI. No informa de ello a sus compañeros.
Sorprendentemente, se lanzan a conquistar el mercado americano (como hicieron en Alemania) cuando ya no se hablan y el ambiente es de derrota. “Desayunábamos en mesas separadas”, recuerda Valdivia. Tocan ante 22 personas en Boston (en Europa llenaban). Los dos últimos conciertos de su historia (5 y 6 de octubre de 1996, en California; luego llegaría la gira de reunión de 2007) resultan desastrosos. Son festivales donde ellos no ejercen de estrellas. Los seguidores les lanzan vasos y botellas de plástico: quieren ver a otros grupos del cartel y las provocaciones del cantante no les calman. En ambos recitales apenas tocan unas canciones y se marchan del escenario ante la avalancha de los objetos voladores. Y se acabó.
Los hermanos Cardiel y Valdivia afirman hoy que les sorprendió el libro El método Bunbury, de Fernando del Val, donde descubría hasta 37 canciones con apropiaciones sin atribuir de poetas (Benedetti, Benítez Reyes, Arrabal, Carver…) en las letras del cantante. Muchas de su carrera en solitario y algunas de los últimos dos discos del grupo, El espíritu del vino (1993) y Avalancha (1995). Valdivia ironiza:
“No sabía que esto fuese así hasta que vi el libro. Pero me alegro de que mi música haya servido a versos de grandes escritores”.
El guitarrista responde con frases cortas y habla arrastrando las palabras. “¿Le vino bien la ruptura del grupo porque estaba sufriendo con la mano enferma?”. “Sí, eso seguro”, responde sin titubeos. Todos afirman que la gira de 2007, con las mejores audiencias de su carrera, compensó emocional y económicamente. Los cuatro son padres (dos hijos Cardiel y uno los otros tres) y algunos mantienen la comunicación. Valdivia, Cardiel y Andreu viven en Zaragoza y se ven. Con Bunbury “contactan alguna vez al año” Andreu y Cardiel. Las dos fuerzas centrífugas del grupo, el cantante y el guitarrista, no contactan desde la gira de 2007.
El batería y el bajista señalan que verían con buenos ojos a unos Héroes del Silencio ahora. “De hecho, quiero aclarar que nunca nos hemos disuelto”, apunta Andreu. Bunbury calla. “¿Tiene sentido Héroes del Silencio en la actualidad, canciones nuevas, gira?”. “Yo creo que eso no se puede hacer ya”, remacha Valdivia.