Cualquier hombre, explicó Marcela Lagarde, aspira poder vital al nutrirse de experiencia amorosa y al apropiarse de las mujeres.
Como han dejado ver los estudios sociológicos y antropológicos con mirada feminista, el amor es una construcción histórica y social que depende no solo de cómo cada persona construye su subjetividad, sino también de estructuras basadas en la desigualdad de género.
Para discutir la construcción histórica del amor, la IBERO Puebla celebró un conversatorio virtual con la antropóloga y activista Marcela Lagarde y de los Ríos. La temática se enmarca en un proceso de exploración de todas las formas de violencia contra la mujer. En palabras de Nadia Castillo Romero, directora del Departamento de Ciencias Sociales: “Hablar sobre el amor y el poder permite visibilizar las violencias en la vida cotidiana”.
De acuerdo con la ENDIREH (2016), el 43.9% de las mujeres han experimentado violencia en sus relaciones de pareja. El 17.9% ha vivido violencia física, de las cuales solo dos de cada diez presentaron denuncias. ONU Mujeres reporta que, de las 87,000 mujeres asesinadas en 2017, una de cada tres murió a manos de su pareja.
Es por ello que la reflexión sobre las relaciones amorosas tiene una dimensión política. “Hay amores que se vuelven cautiverios; que empobrecen; que debilitan; que consumen la energía vital de miles de mujeres”, aseguró Claudia Alonso González, especialista en género de la Universidad Jesuita.
Historia del amor
Una mujer inmersa en una relación dañina vive una dicotomía contradictoria: no solo se encuentra en cautiverio, sino también cautivada. Muchas de ellas acuden a un proceso amoroso en busca de una experiencia romántica, misma que se convierte en un estímulo para vivir.
No todas las personas aman igual. Occidente arrastra una tradición de amor cortés que viene de la época medieval. Esta expresión se basa en la construcción de vínculos a través de rituales ‘mágicos’ y sacrificios desde la mirada religiosa. Mientras que los hombres se batían en combate, las mujeres debían entregarse a la custodia de la castidad y la monogamia.
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En el Renacimiento, periodo del que emergió la América Latina colonial, los hombres utilizaron la manifestación amorosa como una ‘droga’ para enfrentar el conflicto, ya fuera en nombre de Dios o de sus superiores en las clases sociales. Existían además normas poligámicas para ellos, pero monogámicas para ellas. Ambas, explicó Marcela Lagarde, persisten hasta hoy.
Así, el amor moderno se basó en la autonomía de los hombres, pero también se diversificó en cuanto a sus modalidades. Esto permitió infundir la idea de que hombres y mujeres aman igual. Por lo tanto, todo el mundo ha de buscar su ‘media naranja’, pero en claves distintas: las mujeres, para ser amadas (objeto); los hombres, para amar (sujeto). Cualquier hombre, explicó, aspira poder vital al nutrirse de experiencia amorosa y al apropiarse de las mujeres.
De acuerdo con una investigación encabezada por la propia Lagarde y de los Ríos, la narrativa amorosa resulta tan compleja que ha conducido a una desilusión generalizada por parte de la mujer contemporánea. “Ya no creemos en las fantasías, sino que por diferentes traiciones las mujeres vamos aprendiendo que queremos otra cosa”.
Ese desencanto se ha hecho presente desde principios del siglo XX. Las nuevas teóricas y activistas han expresado su deseo de crear vínculos de colaboración y entendimiento. Sin embargo, pese a la nueva conciencia teórica, uno de los grandes errores de esta época ha sido la creencia de que es posible corregir los defectos de la pareja.
Por el contrario, los hombres siguen siendo capaces de empoderarse, aun en los escenarios de mayor precariedad, gracias al amor femenino que ha sido configurado bajo normativas de servidumbre. “Los hombres se apropian de las mujeres cuando cumplen con un modelo clásico y lo llaman ‘conquista amorosa’: las mujeres son conquistadas para cuidar al hombre”.
Las mujeres del mundo actual necesitan conocer la experiencia de otras para no replicar errores y contribuir al montaje de una cultura que corresponda a los anhelos de libertad y comprensión. Del otro lado, los hombres deben comprometerse con una cultura igualitaria en todos los ejes de la vida.