El concepto de inclusión se vuelve problemático, ya que las jerarquías racializantes construyen ideas de lo homogéneo con fines sociales y culturales.

Pocos conceptos han sido tan recurrentes en la conversación pública actual como ‘inclusión’. Tanto la interculturalidad como el espíritu inclusivo han sido paraguas que, en apariencia, marcan el destino final de las sociedades de nuestros tiempos. Pero la realidad es mucho más compleja.

Para el Dr. Eduardo García Vásquez, académico de la IBERO Puebla, interculturalidad e inclusión son dispositivos propios de la posmodernidad que, irónicamente, han sido utilizados para institucionalizar las luchas sociales (y neutralizarlas) bajo una dinámica de corrección política. “Es común hablar de procesos inclusivos en las universidades, pero debemos detenernos a preguntarnos qué es eso”.

En las dinámicas de encuentro intercultural se hallan presentes los ejes de racismo y clasismo. Como recordó la Dra. María Eugenia Sánchez Díaz de Rivera, académica de la Universidad Jesuita, los estudios del racismo han abordado el dilema de la diferencia: si se invisibiliza la diferencia, se discrimina; si se visibiliza, también. “El intento de igualar lo que hace es socavar la diferencia”.

Es así que el concepto de inclusión se vuelve problemático, pues mantiene las jerarquías racializantes al constituir la idea de lo ‘indígena’ como un ente único y homogéneo tanto con fines sociales y culturales como en la construcción de políticas a nivel público y privado.

Situación opuesta es la realidad de las personas con discapacidad. Se trata, explicó García Vásquez, de un grupo que ni siquiera es contemplado en el orden social jerárquico: ha sido expulsado del sistema económico, social y político. Lo que se privilegia en las sociedades basadas en el desarrollo, dijo, es el fenotipo de cuerpos fuertes, sanos, bellos y jóvenes.

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La vejez se encuentra en un punto intermedio entre el rechazo al deterioro corporal y la reducción de las etapas finales de la vida a una única experiencia para todos. “La discriminación contra los adultos mayores tiene que ver con los prejuicios que tenemos hacia ese grupo poblacional, pero también con estereotipos”, aseguró la Dra. Guadalupe Chávez Ortiz, directora del Departamento de Ciencias de la Salud.

El proceso de dominación de un grupo sobre otro se relaciona con el miedo hacia la propia vulnerabilidad. Sánchez Díaz de Rivera comentó que el encuentro con la otredad implica, precisamente, vincularse con otras personas desde el lado sensible y las fragilidades.

Foros como el Teletón constituyen espectáculos al estilo freak show que alimentan las necesidades de los espectadores, al tiempo que ejercen una política de dominación sobre la corporeidad. A diferencia de los pueblos originarios, las personas con discapacidad no representan un grupo heterogéneo y, en muchos casos, no se sienten orgullosos de su condición, lo que dificulta que se conviertan en sujetos de agencia política.

El lenguaje también pesa. Nombrar los grupos sociales puede resultar complejo debido a la disyuntiva entre verbalizar las cosas para traerlas a la realidad y no hacerlo para evitar estigmatizaciones. “La vejez es dura. El deterioro es duro. [Al llamarnos ‘adultos en plenitud’] estamos negando nuestra vulnerabilidad en vez de enfrentarla”, redondeó María Eugenia Sánchez.

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