Enfermedad, carencia, violencia. Muerte. La migración es, por una parte, el proyecto de vida de millones de personas que buscan una mejor calidad de vida para sí mismas y sus familias; por otra, es el inicio de una serie de violencias deshumanizantes que pueden culminar en un deceso trágico, del cual son culpables el Estado, la sociedad y el estigma hacia el proceso migratorio.

Esto se expuso en la sesión conjunta del Seminario Permanente de la Red Jesuita con Migrantes Centroamérica-Norteamérica (RJM CANA) y el Seminario sobre movilidad humana del Sistema Universitario Jesuita. Bajo el título Fronteras conceptuales y contextuales en las migraciones forzadas en la región CANA, expertas en la materia vislumbraron un panorama desolador que va del norte de México hasta el sur de Panamá.

En dicha sesión se abordó el punto geográfico que ha sido un tapón de movilidad para la comunidad migrante, y al que la ayuda humanitaria no ha podido alcanzar por completo: la selva del Darién. La Lic. Cristina Zugasti, representante de Médicos sin Fronteras en Panamá, ilustró el doloroso camino que enfrentan los migrantes al intentar cruzar esta frontera entre Colombia y Panamá.

“Para muchos migrantes, el paso por la selva del Darién es una pesadilla”, pues se trata de una selva densa, con temperaturas extremas, biodiversidad salvaje y violencia criminal en su interior. Desde su organización, han intentado brindar atención médica, psicológica y humanitaria a los más de 127,000 migrantes de 30 nacionalidades distintas que intentan cruzar por este paso cada año.

Aun con las acciones de ayuda humanitaria, Médicos sin Fronteras reconoce que la atención a migrantes debe ir más allá del refugio y la gestión psicológica o médica del momento. Se trata de una restructuración de raíz, que transforme las llamadas “políticas de muerte” del sistema migratorio y a la sociedad entera que se ha encargado de normalizar la violencia en la migración.

Exigimos que no haya aceptación de la normalización del sufrimiento. Cada vez llegan más migrantes con casos de violencia sexual, o física, y nos dicen ‘yo ya sabía que asumía este riesgo. Yo ya sabía que esto tenía que pasar’. Es increíble. El peaje por migrar en ningún caso puede ser la aceptación de este tipo de violencia”, sentenció.

Para quienes han logrado llegar a un albergue o a un punto de recepción de migrantes, la situación se complejiza por el atrapamiento. Ese es el momento en el que las personas intentan regularizar su estatus migratorio, y solo reciben largos lapsos sin respuesta que les condenan a no poder avanzar al lugar a donde pretenden llegar, ni pueden retornar a sus países.

La Dra. Olga Odgers, del Colegio de la Frontera Norte en Tijuana, definió este proceso como un dispositivo de control que utiliza la disuasión y el hartazgo para inmovilizar a la población migrante, y es totalmente provocado por las condiciones estructurales de los países, que no tienen una buena gestión de la crisis humanitaria.

“El atrapamiento tiene implicaciones devastadoras en el bienestar y en la salud emocional de las personas, y creo que es algo que no hemos dicho suficientemente. Debería de haber proyectos de investigación y de intervención a lo largo de esta región considerando lo dicho y remarcando la importancia de las estrategias de afrontamiento”, exhortó la catedrática.

Ambas expertas colocaron las complejidades a las que se enfrentan principalmente los migrantes centroamericanos para poder salir de los entornos de violencia que prevalecen en sus países de origen. Así, desde la Red Jesuita con Migrantes se invitó al auditorio a generar espacios de reflexión y acción que hagan frente al panorama. 

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