“Nos hacen falta 43 y miles más. No estamos dispuestos a retroceder”. Ya son 10 años; una década sin saber dónde están, cómo y por qué se los llevaron. Recordarlos es otra forma de honrarlos, de buscarlos y de seguir exigiendo el esclarecimiento de lo que pasó la noche del 26 de septiembre de 2014 en Guerrero, donde desaparecieron a los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Esta exigencia prevalece y resuena en la IBERO Puebla, donde su Comunidad se reúne, reflexiona, rememora y escucha las experiencias de quienes han vivido las repercusiones de este crimen. Todo ello en distintos foros de la jornada 4YOT3INAPA, que tuvo como inauguración el conversatorio “La digna lucha frente a la indolencia estatal”.
«Hoy, a 10 años, en México no se han develado ni se han superado los pactos de silencio e impunidad”. Así lo afirmó el Mtro. Mario Patrón Sánchez, Rector de la IBERO Puebla, antes de escuchar el testimonio del señor Emiliano Navarrete Victoriano. El padre de José Ángel Navarrete González, normalista de Ayotzinapa, compartió que lleva cargando con la pena, el odio y el dolor de no encontrar a su hijo, a la par que ve a sus otros hijos crecer.
A 10 años, podemos honrar y venerar la lucha digna que las familias han reivindicado para buscar a sus hijos”: Mtro. Mario Patrón
José Ángel dejó a dos hermanos; uno de ellos, hoy tiene la edad que él tenía cuando desapareció. “Yo me decía: ‘¿Qué le puedo decir a mi hijo?, ¿seré capaz de romper su corazón con mis palabras, y luego consolarlo yo mismo?’. Nunca fui capaz de mirarlo a los ojos […] tenía miedo de romperle el corazón”. Continuó el señor Emiliano: “Lo veo ahora y me imagino el momento en que su hermano fue desaparecido cuando tenía 18 años. Me lastima no poder tener a su hermano junto a él”.
Es una realidad que lleva ya con nosotros tres sexenios y no ha cambiado”, añadió al doliente escenario Santiago Aguirre Espinoza, director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, y que se demuestra en las palabras del señor Emiliano cuando recuerda que no puede decirles a sus hijos que no han encontrado a José Ángel: “Me partía el alma, y me la sigue partiendo. Perdón, soy un ser humano. Nunca pude decirles nada”.
Miguel Álvarez, integrante de la organización SERAPAZ, ilustra este dolor desde otra de sus aristas, en la que las 43 familias de Ayotzinapa “han tenido que entrar a un sistema corrupto y estructuralmente incapaz de encontrar verdad y justicia”; y es que “este Estado Mexicano no es capaz de dar una respuesta […] no tiene ni la capacidad ni la voluntad, no entiende de derechos humanos y no entienden a las víctimas”.
Ante esa indiferencia e incapacidad, el amor ha sido el principal motor de lucha de las familias afectadas. Abel Barrera Hernández, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, lo describió como una “sabiduría de la vida que se construye en comunidad con el amor por los hijos”, pues, con todo, la búsqueda de los 43 ha sido una lucha colectiva impulsada por el amor.
Ayotzinapa ha sido una lección de que las luchas las conduce la gente”, dijo Santiago Aguirre, que dio pie a que el panel encomendara a las juventudes presentes seguir cultivando la empatía y la crítica, que acompañen las causas sociales que siguen lacerando al país, y que “aprendan qué tiene que ver su capacidad con los dolores de ese México”.
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