Rudolph Hass creó la variedad de aguacate que lleva su apellido por casualidad y tras cambiar de idea y nunca haber arrancado aquel pequeño árbol de aguacates que había plantado en su huerta

Cuando Rudolph Hass iba a excavar la tierra para retirarlo, sus vecino lo convencieron de que no lo hiciera. Era finales de la década de 1920. Había llegado a Pasadena, en las afueras de Los Ángeles, en septiembre de 1923 junto a su esposa Elizabeth y la hija de ambos, Betty, de 18 meses. Parte de la familia, que ya se había instalado en la zona, los había impulsado a seguir sus pasos.

Viajaron 3.300 kilómetros desde su natal Milwaukee, en el norte de Estados Unidos, en un accidentado recorrido a bordo de un viejo Ford T que Rudolph le había comprado a un compañero de trabajo en 1920 por US$75 y que llegó al suroeste del país sin el guardabarros trasero y con una rueda pinchada.

Ya en California, Rudie, como lo llamaban, primero consiguió trabajo en un puesto de frutas y verduras, luego fue vendedor para un fabricante de medias, ropa interior y accesorios. Vendió lavarropas y aspiradoras, hasta que fue contratado como cartero por la oficina postal de Pasadena.

Eso ocurrió, según los apuntes de su esposa, en 1926. Aunque aquel texto fue escrito décadas más tarde y otros datos allí incluidos no coinciden exactamente con documentación que los prueba.

Un día, mientras repartía correspondencia, Rudie vio un aviso en una revista que publicitaba terrenos con árboles de aguacate -llamados paltas en parte de Sudamérica- de los que colgaban billetes, según la versión de Elizabeth.

GinaRose Kimball, historiadora del aguacate Hass, afirma que probablemente aquel anuncio, más que un árbol de dinero, tenía una bolsa con el símbolo de dólares y uno de estos frutos a su lado.

California, que mientras fue territorio mexicano no tenía plantaciones de aguacates, había comenzado tímidamente a cultivarlos cuando en la década de 1870 tres plántulas llevadas desde México fueron plantadas en Santa Bárbara; medio siglo después el aguacate era promovido como un negocio promisorio en el estado.

Rudolph Hass y su esposa Elizabeth frente al árbol madre de aguacates Hass. Se conocieron en 1918 en una iglesia y al año siguiente se casaron, cuando él tenía 27 y ella 19.

Rudie se entusiasmó y cuando pudo vender una propiedad que tenían cerca de Milwaukee, tomó el dinero, le pidió otro tanto prestado a una hermana y fue a la oficina de aquel empresario local en Los Ángeles que había visto en el anuncio.

Se trataba de Edwin Hart, quien había conocido el aguacate en México a finales del siglo XIX y en 1919 compró el rancho La Habra, de unas 1.500 hectáreas en las afueras de Los Ángeles y no muy lejos de Pasadena, para sembrar aquel fruto y luego vender parcelas.

Rudie adquirió un terreno de 1,93 acres -7.800 metros cuadrados- que ya contaba con algunos árboles de aguacate en aquella zona rural que para entonces había sido rebautizada como La Habra Heights. Acordó pagar US$3.800 en cuotas trimestrales. El depósito inicial fue de US$760.

«Cuando compró, lo hizo con el deseo de cultivar una variedad diferente, posiblemente Lyon», cuenta Kimball. Esa es una variedad de tipo guatemalteca -de gran tamaño y cáscara dura- que un hombre de apellido Lyon había plantado en Hollywood a principios del 1900 y que en sus primeros años parecía ser la más prometedora. Lo habitual en California por entonces era que los dueños de las plantaciones de aguacate le pusieran su apellido a cada nueva variedad del fruto.

Aguacates de aspecto desagradable

En 1931 esa planta dio sus primeros seis aguacates. Para el año siguiente ya fueron 125.

Eran oscuros por fuera, mezcla de negro con púrpura, con piel rugosa, y causaban una impresión desagradable, como de podrido. Nada que ver con la cáscara verde brillante de los aguacates que acostumbraban a comer en California.

Pero sus hijos los probaron y les gustaron mucho. Por dentro eran cremosos, con alto contenido oleaginoso, de buena consistencia -no era fibrosa- y con un dejo a nuez. Ahí Rudie vio la veta comercial.

«Rudolph, además de tener un trabajo de tiempo completo, era un vendedor. Enviaba a los niños a la esquina, en West Road y Hacienda Road, con cajas de madera para vender los aguacates. Vendió donde pudo: a sus amigos, a sus compañeros de trabajo en la oficina de correos», relata Kimball.

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Foto: Agencia Enfoque

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