Ni una mega ciudad futurista ni un laboratorio al uso, los astronautas vivirán en módulos acondicionados pensados únicamente para la investigación y la supervivencia.
La idea de encontrar vida en Marte ha estado presente tanto en el imaginario popular como en la propia comunidad científica. Es algo que, desde la década de los 60, ha ocupado buena parte de las misiones espaciales. ¿Qué pasaría si se localizase algún organismo? ¿Qué cambiaría?
Lo más probable es que, a corto plazo, nada. Pero la ilusión de abrir nuevas puertas al futuro siempre está ahí. Por eso, no sólo no nos conformamos con esto, sino que también nos planteamos la posibilidad de vivir algún día entre sus rocas escarpadas y su viento terral. No importa que sus 63 grados bajo cero de media o que el dióxido de carbono de su atmósfera sean incompatibles con nuestra existencia.
El planeta rojo es un proyecto de esperanza que, según las estimaciones de la NASA, se planteará como una opción real en torno a 2030, año en el que está previsto el primer vuelo tripulado de la historia.
Está claro es que esa mudanza pasa por un proceso de adaptación tanto personal como técnico que, por ahora, implica muchas dudas. Está muy bien que algunos quieran atreverse a pisar suelo marciano, pero si no existe una infraestructura que adapte la condiciones ambientales a las necesidad humanas, la supervivencia estará abocada al fracaso.
Un dato importante, por ejemplo, es que el único lugar de este cuerpo celeste donde existe una temperatura similar a la de la Tierra es su ecuador geográfico, aunque únicamente en la franja del mediodía.
Si a eso no se le pone remedio, jamás se planteará ningún viaje civil. “En cualquier caso, no creo que todas las personas vayamos a tener que abandonar nuestras ciudades: unos seguirán viviendo aquí y otros lo harán en estaciones espaciales”, subraya Pablo de León, director del laboratorio de vuelos tripulados de la NASA e investigador del Centro Kennedy sobre expediciones de larga duración. “Este avance nos permitirá seguir evolucionando como especie”. Dubái es uno de los países que más claro lo tiene.
Su objetivo es aterrizar en el planeta rojo en torno a 2117, y para ello creará una estructura de cúpulas en su desierto para adaptar las condiciones de vida de los futuros colonizadores.
El proyecto Mars Science City contempla construir una serie de domos entre las rocas del desierto dubaití, en un área de 176.000 metros cuadrados. Otras de las iniciativas más avanzadas es la de Interstellar Lab, un estudio de investigación con sede en París que ya ha anunciado un ambicioso plan para crear una red de biomas dentro del desierto de Mojave (California).
Llevará por nombre Ebios y, según sus responsables, contará con sistemas de tratamiento de líquidos, de transformación de energía solar, de gestión de residuos y de producción de alimentos. De tal modo que, una vez que esté 100% operativo, sería capaz de generar y reciclar agua, comida y potencia para 100 sujetos.
“Tienen que ser áreas casi perfectas porque estamos hablando de personas. Si algo falla, pueden morir sin que tengamos margen de reacción”, explica Pablo.
Sus palabras tienen su sentido, pues él ha sido el encargado de diseñar las primeras casas que se instalarán en el cuarto planeta del sistema solar. Lo hizo tras ganar un concurso organizado por la agencia estadounidense para crear un prototipo de hábitat.
El suyo no se parece casi en nada al de otras grandes potencias. No es una mega ciudad futurista ni un laboratorio al uso. De hecho, en aspecto, se parece bastante a los campamentos que se instalan en las misiones antárticas.
“Son módulos interconectados con los elementos básicos para la vida durante meses. Por un lado, estarán los dormitorios; por otro lado, los baños. Hay que tener en cuenta que los astronautas van a tener que salir todos los días a inspeccionar, por lo que requerirán un buen sistema de higiene”. El resto de lo tiempo lo pasarán realizando experimentos y analizando las pruebas obtenidas.
UN IKEA EN EL ESPACIO
Aquí el mayor capricho no será el confort, sino más bien la supervivencia. Para empezar, éste será su hogar durante varios meses. “Hay que pensar que para llegar hasta Marta se necesitarán, al menos, ocho meses.
Por lo que no puedes ir y volverte a la semana”, mantiene Pablo. Este destino se encuentra a una media de 225 millones de kilómetros de distancia. Lo que ocurre es que, en su momento más cercano a la Tierra, ésta se reduce a 57 millones.
De ahí que no se pueda despegar en cualquier momento y haya que esperar a ese punto para viajar en el menor tiempo posible y gastando la mínima cantidad de combustible.
Una vez allí, los investigadores pasarán seis meses intentado dar respuesta a todas esas preguntas que nos hemos hecho durante años y que los robots no han sabido concretar hasta ahora. “La comida estará deshidratada y termoestabilizada.
Posiblemente, también tendrán que cultivar algunas cosas allí. Además, las primeras misiones van a llevar su suministro de agua y su sistema de purificación. Para que nos hagamos una idea, los que tienen en la Estación Espacial Internacional reciclan más del 90% de los líquidos que se consumen a bordo.
No obstante, la supervivencia no puede depender únicamente de ellos, por lo que habrá que aprender a extraer agua in situ.
Esto, de alguna forma, lo iremos conociendo al llegar”, dice Pablo. Todo esta infraestructura se enviará antes de la llegada de los individuos, aunque por ahora se desconoce cuántos vuelos previos se llevarán a cabo.
“Depende del número de personas que vayan a ir”. Según este ingeniero aeronáutico, lo más seguro es que sean entre cuatro y seis, de los cuales dos se quedarán en órbita alrededor de Marte en una de las naves. La otra descenderá y aterrizará cerca de donde estén preinstalados los módulos.
“Nuestro objetivo es que las piezas lleguen a la superficie y, con ayuda de robots, se ensamblen por sí solas”. En su interior, contarán con sistemas de soporte vital que hagan posible la vida humana: “Deberán adaptar las diferencias de temperatura, proveer protección frente a las radiaciones y asegurarse de que el polvo marciano se queda fuera, pues el robot Curiosity ha descubierto la presencia de percloratos en su composición, que resultan tóxicos para nosotros. Los principios nunca son fáciles. Por eso, se van a necesitar sujetos muy especiales para estas primeras misiones”.
¿Y qué ocurriría si alguna de ellos desarrolla un problema de salud? “No podemos olvidar que las comunicaciones van a sufrir un retraso de 20 minutos, por lo que todo tiene que estar bien planteado. Imagina, por ejemplo, que uno de los astronautas sufre una apendicitis y tienen que operarle de urgencia.
Efectivamente, podrán consultar con médicos de la Tierra, pero la mayor parte de la responsabilidad va a recaer sobre ellos”. De ahí que los futuros seleccionados estén formados en medicina, matemáticas, ingeniería o tecnología. No obstante, la inteligencia y la efectividad que tenga su vivienda será clave para su supervivencia y, por qué no, para el futuro de la humanidad.