En la hiperpaternidad, los padres llegan a interceder en todos los ámbitos de la vida de sus hijos, impidiéndoles desarrollar habilidades sociales
La hiperpaternidad, término que describe a padres que sobreprotegen mucho a sus hijos y que intentan que sean buenos en todo, puede generar adultos inseguros o con niveles de autoexigencia que no les permite desarrollar su parte afectiva y social, alertó hoy una especialista.
Mariana Gutiérrez Lara, académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dijo que esto no está vinculado con número de hijos, sino con la forma en que se conceptualiza la crianza.
La psicóloga también explicó que tiene que ver con el contexto de los padres, pues si son muy competitivos tratarán de generar en sus hijos múltiples talentos; en consecuencia, “los tendrán en una cantidad inadecuada de actividades”.
Detalló que este tipo de padres llegan a interceder en todos los ámbitos de la vida de sus hijos, impidiéndoles con ello desarrollar habilidades sociales.
Agregó que en la hiperpaternidad, los padres son personas controladoras y les gusta decidir por los demás, entonces, cuando tienen hijos encuentran un elemento más en donde volcar esas características.
“A los padres autoexigentes y mandones les viene bien un niño con quien puedan hacer su voluntad a plenitud. Lo llevan a variadas actividades para que aprenda de todo, sin darse cuenta que esta situación no solo tiene consecuencias para el pequeño, sino para ellos mismos, porque nunca será suficiente”. Señaló que, erróneamente, piensan que los niños deben saber hacer muchas cosas porque así estarán mejor preparados para la vida.
“Visto así, no sería una mala idea, sin embargo, toda conducta llevada al exceso se vuelve disfuncional”, aseveró.
Gutiérrez Lara dijo que está bien que los niños aprendan algún deporte o desarrollen habilidades artísticas, pero insistió en que los padres deben preguntarse para qué quieren que aprendan eso.
“Para competir, para que puedan expresar sus emociones en diferentes ámbitos, para que encuentren un desahogo o posibilidades de regularse. Si se hace con el propósito de que sean perfectos, no sucederá”, subrayó.
Dijo que ante este tipo de crianza, la respuesta de un niño dependerá de su temperamento.
Si es tranquilo o retraído, puede experimentar miedos, aislamiento y eventualmente agresividad, enojo e intolerancia por sentirse abrumado, terminando por no responder para que no lo sigan forzando.
Si es de carácter fuerte, activo y sobreestimulado, es posible que inicialmente tenga rendimiento y no se queje, entonces los padres continuarán forzándolo.
Sin embargo, se correrá el riesgo de que se vuelva exageradamente autoexigente, a tal grado que no se sienta cómodo cuando no gane o se percate que no lo sabe todo.
Por otro lado, puede ocurrir que prefiera la competencia a la colaboración, teniendo problemas de socialización.
Señaló que los padres deben entender que cada niño es particular y, por lo tanto, el trato no puede ser igual.
“Es recomendable que hablen de sus emociones y generen un ambiente de confianza que les permita expresar sus sentimientos. De este modo, se pueden encontrar soluciones conjuntas para que no sean siempre los padres quienes tomen las decisiones”, sostuvo.
También se recomienda observar con atención a los hijos para identificar sus cualidades y talentos, pero sobre todo, su temperamento.
Además, se les debe permitir explorar, soltarlos poco a poco y ver cómo reaccionan, y a través del ejemplo mostrarles que son capaces de resolver sus problemas y de regular sus emociones por sí mismos, concluyó.